Gracias por habérmelo permitido.

Hijo mío,

no te doy el pecho para que tengas las defensas más altas,

ni para que se desarrolle mejor tu vista o tu oído.

Simplemente te doy las gracias por habérmelo permitido.

Hijo mío,

no te porteo para disminuir tus cólicos,

ni para favorecer el apego.

Simplemente te doy las gracias por habérmelo permitido.

Hijo mío,

no duermo contigo para desarrollar más el apego,

ni para calmar tus miedos.

Simplemente te doy las gracias por habérmelo permitido.

Hijo mío,

no te leo cuentos cada noche para desarrollar tu imaginación,

ni tu lenguaje.

Simplemente te doy las gracias por habérmelo permitido.

Hijo mío,

no te enseño a montar en bici para hacerte más independiente,

ni para que hagas más deporte.

Simplemente te doy las gracias por habérmelo permitido.

Hijo mío,

no te llevo cada tarde al parque para que aprendas a relacionarte,

ni para enseñarte a compartir.

Simplemente te doy las gracias por habérmelo permitido.

¡Que pena que a veces sólo vi el esfuerzo!

Quiero decirte que ha sido un placer.

¡¡Nueve vueltas al sol juntos!!

Lo repito una y mil veces. Ya lo he contado en otras ocasiones pero, insisto, ese momento fue mágico. Ya para entonces podía contar por miles la cantidad de recién nacidos que había cogido inmediatamente después de nacer. Coger a un bebé recién salido del vientre materno siempre me ha parecido un momento mágico. Es como coger un “saquito de vida”. En ese momento termina la cuenta atrás del embarazo, un periodo de imaginación (¿cómo será?, ¿estará sanito?, ¿de qué color tendrá los ojos?, ¿a quién se parecerá?) y se pone a cero el crono de la vida, con toda la realidad que eso supone.

Pero esa vez fue diferente. Era la primera vez que sentía que un recién nacido me quemaba en las manos. Me he vuelto a quemar en dos ocasiones más , pero esa fue la primera vez. Nunca había sentido tanto calor entre mis manos, me abrasaba.

Insito, fue diferente.

Después de una larga noche de dilatación, contracciones, emociones, espera, impaciencia e incertidumbres te tenía entre mis manos y me abrasabas. Eran tan grandes tus ojos mirándome… Era tan profunda tu mirada… Era tan bonita esa nariz, esas orejitas, esa boca… ¡Qué milagro!

Era tan mágico ese momento…

Ese día comenzamos un viaje juntos. Tú empezabas tu vida y yo mi nueva vida, la vida de padre. Desde ese momento ya no has salido de mi mente y ha sido tanto lo que he descubierto que no logro imaginar cómo hubiese sido mi vida sin ti.

Ya hemos dado juntos 9 vueltas al sol. Y espero que podamos seguir dando muchas más. Es tanto lo que he aprendido… Es tanto lo que me has enseñado…

Que curioso es sentir más allá de uno mismo. Celebro cada uno de tus éxistos, Sufro con cada uno de tus decepciones. Dos personas, un mismo corazón.

No diré que el camino esté siendo fácil, pero sí es cierto que son muchas más cosas las que suman que las que restan.

¡Te quiero tanto, hijo mío!

Cuantas veces…

¿Cuantas veces has pensado que tendrías por lo menos tres hijos? Hasta sus nombres tenías pensado, ¿verdad? Serían dos niños, el mayor y el pequeño, y una niña, la del medio. ¡Qué lindos!

También pensaste que tendrías el parto perfecto. Y pensaste también, quizás, que la lactancia sería tan fácil como se describe en los “manuales” de maternidad. No sólo lo pensaste sino que te atreviste a “aconsejar” a otras madres sobre cosas que aún no habías vivido.

Te imaginaste llegando a casa con tu recién estrenado bebé pensando que todo sería muy fácil, llenando de felicidad la casa y su cuarto, que con tanto mimo preparaste.

Imaginaste que comería cada tres horas y dormiría en su cuna mientras tú descansabas junto a tu marido.

Y habías imaginado también que más pronto que tarde llegaría la segunda, para multiplicar esa felicidad. Y un tercero. Y que todo sería perfecto.

Imaginaste que comerían fruta, que no montarían berrinches, que irían contentos al cole y que tú seguirías progresando en tu trabajo.

 

Pero eso no ocurrió.

Ocurrió la realidad.

Sí, la realidad siempre ocurre.

 

Tuviste tu primer hijo y no te quedaron fuerzas para desear un segundo. Porque el parto duele. La epidural, en el mejor de los casos, te quita el dolor físico, pero lo que más duele es el corazón. Te duele mucho el no haber parido, te duele que después de muchas horas de parto acabase en cesárea.

Te duele no haber conseguido dar el pecho. Y más te duele que te aconsejen.

Y también te duele no conseguir quitárselo. Te duele y te culpas.

Te duele que tu marido no entienda por qué te sientes mal.

Te duele, y te aterroriza, llegar a casa. Te duelen los consejos de las madres “perfectas”.

Te duele renunciar a tus sueños y también te duele que no lo entiendan.

Te duele no tener ni diez minutos para ducharte.

Te duele no poder estar sola. Y si consigues estarlo te culpas.

Te duele verte caer en los “errores” que tú corregías a las demás madres. Te duele verte gritar. Te duele verte sin fuerzas, y sin paciencia, para contar un cuento.

Sobre todo duele no reconocerte.

 

Déjame decirte una cosa:

No es que hayas fallado como madre ni como mujer.

Simplemente debes entender la maternidad es el proceso más transformador que sufrirás a lo largo de tu vida.

No te has fallado. Simplemente ser madre te ha transformado.

Aprende a valorarte como un madre real.

Aprende a valorar la perfección de una maternidad imperfecta.

No tienes que demostrar nada a nadie, ni siquiera a ti misma.

¿Los niños se resfrían por andar descalzo?

Doctor, estamos absolutamente desesperados. Ya no sabemos qué tipo de zapatos ponerle. Se los quita todos. Y el problema ahora es que con el frío que hace se resfría porque va siempre descalza”.

Creo que más de una familia os sentiréis identificados con esta situación porque sois muchas las que me repetís a diario en la consulta.

Con respecto al calzado de los niños lo primero que conviene decir es que, afortunadamente, poco poco han ido desapareciendo las antiguos botas ortopédicas que más que ayudar a andar inmovilizaban a los los niños e impedían el desarrollo normal del pie.

Son muchos los estudios ya que han demostrado los beneficios de andar descalzo.

Durante el verano es bastante fácil convencer a las familias de ésto. El problema es que el falso mito de que andar descalzo hace que los niños se resfríen hace que la mayoría de las familias sean muy reacias a dejar a sus niños descalzos en invierno.

Aclaremos el tema:

«¿Por qué se producen los resfriados?»

Pues los resfriados se producen por virus (¡¡¡SIN VIRUS NO HAY RESFRIADO!!!) y que yo sepa los virus no entran por los pies. Los virus catarrales se transmiten, como ya hemos visto en otras entradas, a través de las microgotas de saliva que soltamos al hablar, toser o estornudar. O a través de las manos, de ahí la importancia como ya insistí en la entrada del lavado de manos.

También es cierto que los virus están presentes y se pueden transmitir en cualquier estación del año.

«Entonces, doctor, ¿por qué los catarros son más frecuentes en invierno?»

He aquí la madre del cordero. Efectivamente los catarros son mucho más frecuentes en invierno y esto es debido al frío.

«¿Cómo que los catarros los produce el frío? ¿Pues no habíamos quedado que los producían los virus?»

Efectivamente, repito: ¡¡¡SIN VIRUS NO HAY RESFRIADO!!! El catarro no lo produce el frío, de hecho el frío es “esterilizante”. Lo que ocurre es que con el frío, especialmente con el aire frío, se produce una vasoconstricción de los capilares de la mucosa de la vía respiratoria superior (nariz, garganta, …) por lo que llegan menos leucocitos (células de defensa) y, por tanto, somos más vulnerables a que los virus penetren en la mucosa y provoquen el resfriado.

Resumen:

¡¡Deja que tus niños anden descalzos para que desarrollen bien el pie y protege su garganta del aire frío!!

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