¿Sabes diferenciar los terrores nocturnos de las pesadillas?

“Doctor, estamos muy preocupados, Javier lleva tres noches que a las dos horas de estar dormido comienza a gritar, llorando, con la cara desencajada, sudando,… con los ojos abiertos, pero parece que no nos escucha, ¿qué podemos hacer?”.

Por si no era suficiente con los despertares debidos a las tomas nocturnas, ahora que había comenzado a dormir del tirón, resulta que empieza otra vez a despertarse soñando, muerto de miedo, piensan la mayoría de las familias.

Aclaremos el tema, ¿se despiertan o no se despiertan?. Lo que sí está claro es que LOS PADRES SÍ SEGUIMOS DESPERTÁNDONOS.

Veamos la diferencia entre las pesadillas y los terrores nocturnos.

Los terrores nocturnos son episodios , de pocos minutos de duración, que aparecen súbitamente durante el sueño y en los que el niño está aparentemente está aterrorizado. Tienen cara de pánico y además suelen presentar signos como taquicardia, sudoración, respiración rápida,.. Estos episodios ocurren en la primera fase del sueño, normalmente en las 2-3 primeras horas, que es la de sueño más profundo. Finalizan de forma espontánea y, LO MÁS IMPORTANTE, EL NIÑO NO ES CONSCIENTE (aunque mantiene los ojos abiertos ni ve ni oye) Y NO RECUERDA LO OCURRIDO.

Por tanto, no debemos hacer nada, NO DEBEMOS INTENTAR DESPERTARLO, ya que podemos provocar el efecto contrario (agitarlo más). Sólo debemos permanecer al lado, en silencio, hasta que se le pase, cuidando de que por la agitación no se golpee. EL NIÑO SUELE VOLVER A QUEDARSE DORMIDO SIN DIFICULTAD.

Es mejor no comentarles nada a la mañana siguiente porque podemos provocar que el niño no quiera ir a dormir al cuarto.

Estos episodios suelen ocurrir en niños en edad escolar, es decir, a partir de los 3-4 años y DESAPARECEN SÓLOS.

Suelen tener antecedentes familiares, es decir, si le preguntamos a la abuela nos dirá que el padre o la madre también lo “sufrieron”.

 

Conviene diferenciar claramente los terrores nocturnos de las pesadillas.

 

Las pesadillas son ensoñaciones que producen miedo o ansiedad. Suelen ocurrir en niños entre 3-6 años. En este caso el niño SÍ LLEGA A DESPERTARSE, y suele explicar con detalle lo que estaba “viendo”. Sí recuerda lo que estaba soñando y, en ocasiones tienen dificultades para diferenciar el sueño de la realidad. Por este motivo es frecuente que el niño NO QUIERA VOLVER A QUEDARSE DORMIDO, por miedo a volver a tener otra pesadilla.

Por tanto en estos casos debemos explicarles que sólo era una pesadilla, debemos tranquilizarlos y transmitirles calma y seguridad. En ocasiones el dejarles una luz tenue encendida o dejarles con un objeto que les aporte seguridad puede reducir el miedo y la resistencia a volver a quedarse dormidos.

Las pesadillas suelen a parecer en la fase final del sueño, cuando ya llevan 6-7 horas durmiendo.

Tanto las pesadillas como los terrores nocturnos pertenecen al grupo de procesos llamados parasomnias, es decir, situaciones “normales” durante el sueño, pero la mejor manera de prevenir estos procesos es establecer una buena higiene del sueño:

– Establecer unas rutinas de horarios de sueño y una duración de horas de sueño suficientes. (Ya hablé de esto en el post «¿Cuántas horas deben dormir los niños?» Puedes leerlo pinchando aquí).

– El momento de acostarse debe estar precedido de un periodo tranquilo, de relajación, que les ayude a conciliar el sueño. Podemos hablar de situaciones agradables ocurridas durante el día y evitar hablar de situaciones estresantes o cuentos de miedo.

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¡¡Hoy es «mi cumpleaños»!!

Hoy estoy de cumpleaños. Es el séptimo cumpleaños de mi «segunda paternidad».

Creo que no sólo debe celebrarlo mi hija, que por supuesto es la protagonista principal.

Creo que yo también (y mi mujer, por supuesto) debo celebrarlo porque hace siete años mi vida volvió nuevamente a cambiar. O mejor, hace siete años mi vida volvió a mejorar.

El nacimiento de un segundo hijo trae muchísimas enseñanzas.

Para empezar, se reviven las sensaciones del primer parto, pero con un sentimiento muy raro. Es igual pero diferente. Sí, también me quemé al coger a María (mi mujer suele reprocharme, con cariño, que en cuanto nació la agarré y no se la daba).

Pero sobre todo el nacimiento de un segundo hijo, te muestra de una manera muy clara, que el amor por un hijo se multiplica por el número de hijos, nunca se divide ( a pesar de que muchas mamás lo pasen fatal en las primeras semanas del nacimiento del segundo por el sentimiento de abandono del primogénito). Te enseña en un instante que el miedo a no poder querer a otra persona igual que querías a tu primer hijo se disipa rápidamente.

Te enseña, además, que cada maternidad-paternidad es un mundo. Depende de muchas circunstancias. Depende de la diferencia de edad con el primero, depende de tu momento vital, depende… de muchas cosas. Esto me ha enseñado mucho de la vida y son enseñanzas que puedo aplicar en mi trabajo diario como pediatra.

¡¡De cuantas maneras se puede vivir la maternidad-paternidad!!

Una situación idéntica puede ser vivida con gran tranquilidad o gran angustia por dos familias diferentes. Incluso una misma familia puede vivir una misma situación de una forma completamente distinta en función de las circunstancias.

El día del cumpleaños es también un momento de revivivir momentos, de recordar . Ves fotos y recuerdas momentos. ¡¡Cuánto vivido!! Con el tiempo las buenas ganan en intensidad y las menos buenas (malas noches, rabietas, fiebres,…) se acaban olvidando hasta el punto de casi desearlas. Pero los  hijos se deben ir educando para que crezcan. Su crecimiento es irremediable. No siempre serán bebés y cada etapa tiene su magia. Pero en días como este te das cuenta de que el tiempo pasa demasiado rápido y cada día que pasa no vuele, cada beso que no se da se ha perdido para siempre.

Los niños nos hacen mejores personas (y en mi caso creo que mejor pediatra por la capacidad de empatizar).

No puedo imaginar cómo habría sido mi vida sin ellos pero sí puedo estar seguro de que no habría sido tan completa.

¡¡Felicidades, María!!

¡¡Felicidades, mama!! Tú también has mejorado mucho en estos siete años.

Doctor, ¿a qué edad debo sacar a mi bebé de mi cuarto?

La respuesta a esta pregunta, como tantas otras relativas a la crianza, no pueden ser generales. Depende de muchas circunstancias pero una premisa es básica si no queremos vivir otra situación más de la crianza con la maldita sensación de CULPA: un bebé podrá salir del cuarto cuando una familia, especialmente la madre, se sienta preparada y convencida para hacerlo.

Plantear un fecha o edad exacta para sacar a un bebé del cuarto lo único que generará es un estrés innecesario en la crianza del bebé. Cada bebé es diferente (existen bebés muy tranquilos, bebés de alta demanda,…) y las circunstancias familiares también son diferentes (hay que considerar si ambos padres trabajan, si la familia es monoparental,…)

El modelo de crianza de hoy día, con ambos padres trabajando en la mayoría de los casos, hace que se toleren mal, en general, las “malas noches”. En cuanto la baja maternal se termina (4 meses en la mayoría de los mejores casos) muchas familias se empiezan a plantear o a desear sacar al bebé del cuarto. Inicialmente el deseo es que el niño aguante toda la noche sin hacer ninguna toma nocturna (“Doctor, habrá que meterle ya los cereales que duerma del tirón, ¿no?”). Creo que con este tipo de deseos iremos evolucionando hasta que podamos poner a los niños por la noche en “modo avión”.

Pareciera que la única necesidad básica de un bebé fuera la comida. Esto no es así, en absoluto. Existen algunas necesidades tan básicas y tan primordiales como la comida, por ejemplo el apego, entendiéndolo como contacto físico, como el sentimiento de protección que necesita una cría.

Para entender todo esto, como en la mayoría de las dudas sobre la crianza en las primeras semanas o meses de vida, basta con observar cómo se comportan en situaciones similares el resto de los mamíferos (en los cuales no influyen las “modas” ni la opinión de la cuñada, de la suegra, ni de la vecina del cuarto).

Pensad en una camada de gatitos, o perritos,… o cualquier otro mamífero. ¿Dónde duermen? Pues eso, en el regazo de la madre hasta que de manera natural se van “despegando” de ésta. Es decir, el colecho es absolutamente normal en la crianza de los mamíferos.

A priori se tiende a pensar que el estrecho vínculo que establece los bebés con su madre se deben sobre todo a la necesidad de ser alimentados pero esto no es así. Ya desde los años 60, gracias a los experimentos del neuropsicólogo Harry Harlow con los monos reshus conocemos que en las necesidad básicas de los primates (que son los animales más parecidos a nosotros) es más importante el regazo que la propia alimentación.

Si veis el vídeo que os muestro a continuación sobre las crías de estos animales criados en soledad (sin sus padres, sobre todo sin su madre) veréis cómo cuando se les da acceso a la madre que alimenta (una estructura metálica con forma de mona y un biberón) y a la que aporta regazo (estructura de trapo, con pelo y sin alimento, con forma de mona), prefieren claramente a la segunda, a la mona de pelo, de trapo, la que aporta regazo.

https://www.youtube.com/watch?v=7eO_23yq3pI

Y una observación más, cuando se les introduce en la jaula un objeto peligroso (en este experimento una especie de robot) se observa cómo buscan inmediatamente a la mona de pelo. El regazo les aporta seguridad.

Todo este razonamiento sobre el apego no es sólo aplicable al momento de sacar del bebé de nuestra cama o nuestro cuarto sino sobre la maldita recomendación de “No lo cojas cuando llora que se va a acostumbrar a los brazos”. Sobre esto ya escribí otro artículo que podéis leer pinchando aquí.

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¿Cuántas horas deben dormir los niños?

sueño niños

Doctor estamos hechos un lío y mientras más leemos peor. La cuestión es que a nuestra bebé de 5 meses, esta última semana, le cuesta la misma vida dormir su siesta de la mañana. Me llevo 50 minutos con ella en brazos, meciéndola, y nada. Al final, después de la dura batalla, se me queda dormida a las 12:30 y entonces me pierde una toma. Nos preocupa mucho porque hemos leído que un bebé a esta edad debe dormir cada día 12 horas por la noche más dos siestas de 2 horas cada una”.

El sueño, como ya hemos visto en otros post, es algo que trae de cabeza a todas las familias: que si duerme mucho, que si duerme poco, que si duerme siesta, que si tiene que dormir una o dos siestas, que si se despierta muchas veces por la noche, que si suda cuando duerme, que si necesita almohada para dormir,…

Empezaré por el final como otras veces. Conclusión: Respetad a vuestros hijos, sus preferencias y sus horarios. Los niños no son muñecos con botones on-off. Ellos no inventaros los relojes y no deben ser “esclavos” de ellos. El sueño, como la alimentación, debe ser a demanda.

Sí, yo también lo he leído. Existen multitud de libros, algunos de ellos muy famosos (prefiero no dar nombres, pero creo que una gran mayoría sabéis a qué libro me refiero) donde se dan los tiempos exactos que debe dormir un niño dependiendo de su edad, detallando incluso cómo se deben distribuir las horas entre la noche y las siestas.

Dependiendo del libro encontrareis pautas parecidas a estas:

  • Recién nacido: 16 a 20 horas al día.

  • 2 meses: 15-16 horas al día.

  • 4 meses: 12 horas al día, y además 2 siestas de 2 horas .

  • 6 meses: 9 horas al día, y además 2 siestas de 2 horas

  • 1 año: 10-12 horas al día.

  • 3 años: 10 horas y debe haber desaparecido el sueño diurno

Mi pregunta es: ¿por qué nos cuesta tanto aceptar la diversidad de los niños?

Todo el mundo entiende que existan adultos más o menos dormilones (“a mí, doctor, no me puede faltar mi media hora de cabezadita en el sofá después de comer, si no no soy persona”), aceptamos, también para los adultos, que no todos los días dormimos lo mismo (“doctor, no hay nada que me guste más que los domingos despertarme sólo, sin despertador, casi a mediodía, …”),… Sin embargo, somos muy reacios a aceptar la variabilidad en los niños. Queremos que todos los días sean iguales, coman lo mismo, a la misma hora, hagan siempre el mismo número de cacas, duerman las mismas horas, ganen siempre el mismo peso,… y que todo esto, además, encaje en las tablas de “normalidad”.

Es cierto que cuando el sueño del bebé se trastoca mucho, sobre todo por las noches, se altera la dinámica familiar y esto puede acabar repercutiendo en el bebé mismo. Unos padres no bien descansados pueden no tener el humor o la energía necesario que su pequeño necesita. Para intentar mejorar esas “conductas del sueño” podéis repasar el post “Enseñarles a dormir solos” pinchando aquí.

Nuestra función, como padres o cuidadores, es ofrecerle un ambiente tranquilo y seguro e intentar establecer una rutina para que el niño intuya que es hora de dormir. Por supuesto, como podéis repasar en este post, la mejor forma de conseguir esta rutina no es dejándolos llorar.

Pero por encima de todo esto recordad: Respetad a vuestros hijos, sus preferencias y sus horarios. Los niños no son muñecos con botones on-off. Ellos no inventaros los relojes y no deben ser “esclavos” de ellos. El sueño, como la alimentación, debe ser a demanda.

Bendita diversidad.

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El uso de la almohada en niños.

 

Ya he tratado en otros post algunos problemas relacionados con el sueño de los niños (cuántas horas deben dormir los niños, cómo enseñarles a dormir solos, por qué sudan mientras duermen,…). Hoy me voy a centrar en una preocupación que me planteáis con frecuencia en la consulta:

“¿A qué edad debo comenzar a ponerle almohada al niño en la cama?”

En la propia pregunta va implícito que los padres han supuesto que los bebés de poca edad no la necesitan. Efectivamente, en los primeros meses de la vida, NO se aconseja el uso de almohada por dos motivos. El primero, y principal, porque como prevención del síndrome de muerte súbita del lactante (SMSL) no se recomienda que en la cuna haya objetos innecesarios (cojines, peluches, almohadas,…). El segundo es simplemente una cuestión anatómica, ya que occipucio de los bebés es más prominente y el uso de almohada provocaría que el cuello estuviese demasiado flexionado, lo que resulta incómodo.

En los niños un poco más grandes, entre los 12 y los 24 meses, el uso de la almohada más que aconsejable o desaconsejable es “ciencia ficción”, ya que a esa edad los niños se mueven tanto durante el sueño que la almohada terminaría en los pies, en la espalda, … o en cualquier otro sitio que no sea debajo de la cabeza del niño.

A partir de los 4 años, el sueño de los niños suele ser algo más tranquilo, suelen a mantener la orientación correcta en la cama. A estas edades, de forma similar a los adultos, lo que debemos valorar es la postura del niño en la cama durante el sueño:

si duermen boca abajo: lo mejor es NO usar almohada. Si la usa debe ser muy fina porque ni no provoca hiperextensión del cuello que puede llegar a ser incómodo.

– si duermen de lado: en este caso, cuando la anchura de los hombros es mayor que la de la cabeza es aconsejable el uso de la almohada para mantener la columna alineada.

– si duerme boca arriba: algunos niños prefieren dormir sin ella, pero si la utilizamos, debe ser fina para que el cuello no se flexione demasiado.

Debemos hacer 2 consideraciones especiales:

  • niños con plagiocefalia: podemos utilizar la almohada para “obligar” a apoyar la cabeza por la parte correcta (“la zona redondeada”).
  • niños con obstrucción de la vía respiratoria superior, por un proceso catarral o porque tenga una hipertrofia adenoidea (“vegetaciones muy grandes”): en este caso se podría utilizar una almohada con la intención de elevar la cabeza para facilitar la respiración, aunque es más aconsejable elevar la cama en bloque, elevando todo el cabecero introduciendo, por ejemplo, una toalla enrollada debajo del colchón.

Si alguna vez te has planteado estas dudas, comparte esta información con otros padres.

¿Por qué sudan los niños al quedarse dormidos?

Esta es una preocupación de los padres durante todo el año pero que se hace especialmente frecuente en esta época porque piensan con el paso de estar sudando a “quedarse frío” el niño se resfriará.

 

El porqué un niño suda al quedarse dormido tiene una explicación sencilla:

Todas las personas, adultos y niños, al dormirnos pasamos de un estado de metabolismo activo a metabolismo basal, es decir, “nuestro motor” pasa de estar a 3000 revoluciones por minutos a estar al ralentí. Ya sabéis que al quedarnos dormidos nos bajan las pulsaciones, la tensión arterial,…

Esto hace que en ese paso del descenso del metabolismo haya una fase de exceso de energía que el cuerpo libera en forma de calor y por tanto de sudor. El “radiador” de los niños está en la cabeza. Los niños pierden especialmente el calor a través del cuero cabelludo (por eso es importante colocarles un gorro a los recién nacidos en el paritorio para que no se enfríen).
En los niños es más evidente este paso  a “metabolismo basal” puesto que el nivel de actividad que tienen los niños suele ser muy alto. Por eso es tan frecuente que los niños suden, sobre todo por la cabeza, mientras duermen, especialmente en la primera fase del sueño, hasta que entren en “ralentí”. Luego, a lo largo de la noche ya no suelen sudar tanto.

Además, algunos factores que pueden hacer que suden más son los que ya de por sí aumentan el metabolismo como la fiebre, un exceso de actividad física, una comida muy copiosa,…

Comparte esta explicación con otros padres y ayudarás a que no se angustien por cosas normales.

Enseñarles a dormir solos.

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Quizás, una de  las mayores preocupaciones que atormentan a los padres en la crianza de los niños, como ya vimos en otro post, es el sueño: “¡¡mi niño no duerme nada!!”.

Este es un tema que voy a abordar por partes, puesto que no todos los problemas del sueño son iguales.

Expondré las situaciones más frecuentes:

Situación 1: Entendamos LAS FASES del sueño.

«Mi bebé de 7 meses, que hasta ahora dormía estupendamente, ¡¡¡ ha comenzado a despertarse varias veces, es un reloj, se despierta todos los días las mismas veces y a las mismas horas!!!»

En este caso debo decir que tras hacer varias preguntas siempre descubro que realmente el bebé no llega a despertarse sino que comienza a emitir ruidos, sollozos, como de queja, y son los padres, especialmente la madre, quien se despiertan y acuden a ver qué pasa.

Para comprender esta situación debemos saber que el sueño está muy bien estructurado en fases: fase REM y fase NO REM. Cada una de estas fases está subdividida en cuatro subfases (I, II, III y IV). Estas fases en los niños tiene una duración más corta que en los adultos, unos 40-50 min. Pues bien, cada vez que se pasa de una fase a otra existen microdespertares, que en los adultos pasan desapercibidos porque logramos rápidamente enlazar una fase con la siguiente. La fase final de cada subfase es una fase de “mayor actividad”, por eso los bebés comienzan a removerse e incluso emiten ruidos, gemidos, sollozos, pero SIN LLEGAR A DESPERTARSE. Esta es la razón de porqué son tan periódicos, cada 45-50 minutos («¡¡vaya noche que he pasado!!, ¡¡he visto todas las horas del reloj: las tres, las cuatro, las cinco, las seis, … a las 7 ya me levante porque ahí sí ya que comenzó a llorar!!»).

Problema: En estos casos es la madre  la que duerme mal (no el bebé, que NO LLEGA NI A DESPERTARSE) ya que cada vez que el niño emite un sonido acude a la cuna para ver qué pasa.

Solución: en estos casos no debemos acudir ante el mínimo ruido, puesto que en pocos segundos o minutos se les pasará. Además, el cogerles para intentar calmarles, sí que puede llegar a despertarles y entonces si puede costar más trabajo volver a dormirles. Si los padres se desvelan ante el mínimo ruidos del bebé, y especialmente si no toma lactancia materna, sería incluso motivo suficiente para sacarlo del cuarto. De lo contrario, pasaremos una “noche en vela” y al día siguiente tendremos un “humor de perros”, no tendremos la energía suficiente para seguirles la marcha a ellos, que SÍ HAN DESCANSADO.

Situación 2: Entendamos LOS RITUALES del sueño.

«Mi niña de 20 meses no quiere irse a dormir nunca. Así que yo la duermo en brazos, y después de estar 40 minutos acunándola, cuando ya parece que “ha caído”, al soltarla en la cama… ¡ZAS!, se despierta y vuelta a empezar.»

En este caso debemos entender que todas las personas hacemos rituales para el sueño. Unos más llamativos que otros: hay quien necesita beberse un vaso de agua antes dormir, quien no conciliará el sueño si alguna puerta del armario está abierta, quien necesita el ronroneo de la radio para quedarse dormido,…
Pues ni más ni menos, los niños también tiene rituales para dormirse y el problema está en cuando nos incluyen a nosotros dentro del mismo, es decir, cuando tenemos que estar presentes para que se queden dormidos.
Muchas veces, precisamente por lo que hemos hablado en el caso anterior, cada vez que emiten un ruidito les cogemos. Al final les despertamos y los niños aprenden a dormirse siempre en nuestros brazos. En estos casos, en que nos han incluido dentro de su ritual de sueño, no se querrán ir a dormir solos (necesitan nuestros brazos) y cada vez que se despierten durante la madrugada necesitarán nuevamente nuestros brazos para quedarse dormidos.

“Entonces, ¿me está diciendo, doctor, que esto ya no tiene solución?, ¿no podemos hacer nada?”

Problema: El niño nos incluye dentro de su ritual de sueño y es necesaria nuestra presencia, e incluso nuestros brazos para que se vuelvan a quedar dormidos.

Solución: Debemos modificar su ritual de sueño, de tal manera, que incluyendo otros objetos en el ritual, el niño termine “cambiándonos” por ellos. Lo que sí es variable es el tiempo que el niño tarda en cambiar su ritual.

¿Cómo hacerlo? No debemos hacerlo de una manera brusca, a base de llantos, para eso ya está el método Estivill. Pienso que la indefensión aprendida es un método de tortura o sometimiento, y claro que funciona, faltaría más. Si nosotros cada vez que tocásemos el pomo de una puerta recibiésemos una descarga eléctrica terminaríamos por no tocarlo, aun cuando ya hubiesen desconectado la corriente eléctrica.
Por tanto, creo que modificar el ritual del sueño, se debe hacer de manera progresiva. Debemos comenzar acunándolo, como siempre. Cuando comience a estar “entre Pinto y Valdemoro”, soltarlo en su cuna, con una gasita, un chupete, un osito (estos serán sus nuevos amuletos) y nosotros NO nos apartaremos de allí, nos quedaremos allí acompañándolo, que vea que no lo dejamos solo. Probablemente las primeras veces (en unos niños serán 5 y en otros 50) proteste en cuanto lo soltemos, pero algún día sí que estará lo suficientemente cansado como para no protestar. Le habremos demostrado que puede dormirse solo, o aferrándose a otros objetos que fácilmente le pueden acompañar durante toda la noche como su gasita, su chupe o su osito.

Vaya por delante que hemos intentado comprender problemas del sueño cuando aparentemente al niño no le pasa nada. Esto no quiere decir, ni mucho menos, que cuando el niño tiene motivos para no dormir (fiebre, hambre, caca, …) no estemos pendientes de ellos.

Comparte esta información si piensas que puede “arreglar” las noches de muchos padres.

Doctor, ¿¡¡ no le va a poner nada para dormir !!?

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Doctor, ¿¡¡no le va a mandar nada para dormir!!?

No sé cuantas veces al día tengo que dar respuesta a esta pregunta.
Dejemos algunas cosas claras. Lo primero es reconocer que compatibilizar la maternidad o la paternidad con la vida laboral es francamente difícil. La conciliación familiar es “ciencia ficción” y esta hace que el grado de tolerancia a las “malas noches” sea cada vez menor. Por este motivo es frecuente que los padres se desesperen y busquen soluciones farmacológicas inmediatas. Sin embargo debemos saber que el sueño es una conducta y como tal se puede aprender y/o modificar. Los adultos tenemos la obligación de enseñar a dormir a nuestros niños de igual manera que les enseñamos a comer. Por tanto, es importante desde el principio establecer una buena higiene del sueño y establecer una serie de rutinas adecuadas.

Pero, ¿cuántas horas debe dormir mi hijo?

Lo primero es aceptar que cada persona es individual e irrepetible y por lo tanto con unas necesidades diferentes en todo, también en las horas de sueño. En general debemos aceptar que el tiempo óptimo de sueño en cada persona es aquel que llegue a ser reparador, es decir, que permita un adecuado descanso.
Como norma general las horas de sueño van disminuyendo con la edad. Así los recién nacidos suelen dormir 16-18 horas al día (prácticamente el tiempo que no están comiendo, están durmiendo). A los 2 años los niños suelen dormir alrededor de 13 horas. Los niños de entre 3-5 años duermen un promedio de 10-12 horas. Entre los 6-10 años los niños duermen alrededor de 10 horas y los adolescentes suelen dormir 8-9 horas.
Además este número orientativo de horas de sueño se pueden ver modificadas por diferentes circunstancias como el estado de ánimo, las enfermedades, …

Y, ¿cuántas veces se puede despertar mi hijo?

Es frecuente que los niños tengan despertares nocturnos, especialmente lo más pequeños.  Entre el 20-40% de los niños menores de 3 años se despiertan por la noche, porcentaje que va disminuyendo con la edad (15% a los 3 años y 2% a los 5 años).

Entonces, ¿cuándo debo pensar que mi hijo tiene un problema con el sueño?

Cuando los problemas del sueño repercutan en su “vida normal”, es decir, notemos al niño irritable, cansado, con alteraciones del humor, somnoliento, ansioso o con dificultas para concentrarse en niños más grandes.
También consideraremos que existe un trastorno del sueño cuando estas dificultades del sueño dificultan la relación del niño con sus iguales o la relación padres-hijo se ve alterada.

Debo repetir nuevamente que la mayoría de los trastornos del sueño son debidos a malos hábitos de sueño, que son modificables simplemente reeducando los hábitos.

En cualquier caso si tenemos dudas, debemos consultar con nuestro pediatra que si lo considera nos parará un test considerando número de despertares, ronquidos, somnolencia diurna, …

Mención aparte merecen otros trastornos también normales como son el sonambulismo, los terrores nocturnos, …

Comparte esta información si piensas que puede ser útil para otros padres.