¿Qué hacer y qué no hacer ante una rabieta?

Hace unos meses escribía un post (¿cómo controlar las rabietas?, que podéis leer pinchando aquí) donde os contaba un ejemplo real de una rabieta y os describía cuál era el comportamiento de cada una de las partes implicadas:

  • La niña. Pobrecilla, maldita edad.
  • Los padres. Pobres padres, también. Al mal rato de verse desbordados por la rabieta de la niña hay que sumarles el bochorno de sentirse observados y juzgados.

  • El público”. Estos no me dan pena. ¡Qué fácil es ver los toros desde la barrera! ¡Con qué alegrías opinamos sobre los demás!

Intentaré de nuevo aclarar por qué se producen las rabietas y qué podemos hacer ante ellas.

Si entendemos cómo funciona el cerebro de un niño y entendemos las fases del desarrollo cerebral probablemente dejemos de buscar soluciones mágicas para el control de las rabietas y lo que es mejor, dejaremos de culparnos como malos padres (“pero… ¿qué estamos haciendo mal?, ¿estaremos siendo muy permisivos?”) y dejaremos de culparles a ellos como malos hijos (“¡Vaya tela lo malcriado que está este niño! ¡Está demasiado mimado!”).

Quizás no venga al caso hablar con detalle que cuáles son las regiones del cerebro, cuáles son las funciones de cada una de ellas y a qué edad se desarrollan. Pero para entender por qué se produce una rabieta puede ayudarnos conocer algunos conceptos del cerebro de los niños y su desarrollo.

Simplificando, podemos decir que existe un cerebro emocional y un cerebro racional.

El cerebro emocional, más primitivo, es el que predomina en los niños más pequeño. Se activa para buscar emociones agradable (por eso un bebé pequeño desea la teta o el biberón, o un niño 2 años desea intensamente una piruleta)

El cerebro racional, más evolucionado (esto nos distingue del resto de los animales), que comienza a desarrollarse a los 3-4 años. A partir de esa edad el niño ya es capaz de comenzar a guiarse por la intuición, comienza a razonar y, por tanto, comienza a tolerar la frustración.

Estos dos cerebros están conectados por circuitos que serán los encargados de integrar y modular la parte emocional y racional de cada situación.

Vemos, entonces, que existe una edad, entre los 2 y los 3-4 años donde el niño es capaz de desear las cosas con intensidad pero aún no ha desarrollado la capacidad de razonar y tolerar la frustración y por eso en esa etapa se producen las rabietas.

Debemos los padres entender que el problema de las rabietas no es una problema nuestro de permisividad o malcrianza, sino una etapa normal del desarrollo cerebral del niño y que, por tanto, el tiempo lo arreglará.

Entonces, ¿no podemos hacer nada ante una rabieta?

Claro que sí. Con la tranquilidad que debe suponer el saber que tiempo corre a nuestro favor, los padres debemos utilizar estrategias que faciliten (o al menos no bloqueen) la comunicación entre el cerebro emocional y racional del niño.

En primer lugar, debemos estar dispuestos a ceder. Si lo pensamos muchas de las rabietas se producen porque tratamos como niños mayores a los niños pequeños, sin capacidad de razonar y que son, por tanto, incapaces de entender cualquiera de las explicaciones que les demos.

Somos, se supone, los adultos los que ya tenemos el cerebro bien desarrollado y debemos por tanto modular nuestro comportamiento. No debemos perder el control. Si en ese momento les gritamos o les zarandeamos, estaremos bloqueando cualquier posibilidad de conectar con ellos y estaremos fomentando aún más su rabia y bloqueando cualquier conexión que pudiera existir entre el cerebro emocional y racional.

Si por el contrario intentamos empatizar con ellos, nos bajamos a su altura, les intentamos mirar a los ojos y les hacemos entender que comprendemos y aprobamos sus sentimientos estaremos abriendo circuitos de comunicación entre el cerebro racional y emocional. No es el momento de razonar con ellos. Tiempo habrá cuando estén tranquilos de hablar con ellos y explicarles por qué eso que pedían no se podía conseguir. De todas maneras debemos recordar que la mejor manera de explicarles es con nuestro ejemplo. No siempre nos escuchan pero siempre, absolutamente siempre, nos observan.

Con respecto al contacto físico en esos momentos tenemos que ver qué nos están pidiendo. Si en ese momento están tan enfadados que no quieren que les toquemos debemos saber respetarles. Intentar inmovilizarles en ese momento puede ser un gesto más que empeore, y mucho, la rabieta. Sin embargo, si vemos que buscan que les cojamos, un abrazo sincero puede ser el inicio del fin de la rabieta. Este abrazo puede ser la mejor manera de conectar con sus sentimientos. Si logramos calmarlo estaremos creando vías de conexión entre el cerebro emocional y racional.

En resumen, comprende que un niño entre los 2 y los 3-4 años es ABSOLUTAMENTE NORMAL que tenga rabietas y que la mejor manera de “desmontárselas” es intentar conectar con sus sentimientos y educar con el ejemplo.

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