“Porque todos lo tienen…”

niña copia

Esta es la justificación universal. Sirve para todo, ¿verdad?

Nuestros hijos la utilizan continuamente.

  • ¿Por qué quieres ese….? Porque todos mis amigos lo tienen.

  • ¿Por qué quieres celebrar allí tu …? Porque todos mis amigos lo celebran allí.

Y eso parece ser motivo suficiente para merecer cualquier cosa.

En otros tiempos se arreglaba rápido: “Y si Fulanito se tira a un pozo vas tú detrás, ¿no?”. Eso hacía entender rápidamente que cada uno era cada uno, con sus circunstancias únicas y especiales. Sabías qué cosas podías pedir y qué cosas no tenías por qué molestarte en pedirlas. Sabías que por tu cumple no te iban a regalar una Play, ni por tu comunión un viaje a Eurodisney,… Te podrían regalar un lápiz y un cuaderno en tu cumpleaños o un juegos de compases en tu comunión. Eso sí, sabías que esos días eran mágicos para tí, te lo pasabas pipa. Venían todos tus amigos a casa y con un botellón de refresco de 2 litros y una tarta de galletas y chocolate el banquete estaba finiquitado. Pero entonces empezaba lo bueno. Imaginación al poder: el escondite, la rayuela, el elástico,… hasta que anocheciese, y entonces, para casa.

También sabías que no todas las celebraciones eran iguales, las había mejores y peores. Eso no era motivo de frustración, simplemente te situaba en tu realidad.

Y lo que estaba claro es que todos los actos tenían sus consecuencias. Las cosas había que ganárselas, había que merecerlas.

Haced memoria. Todos los padres tenemos (sí tenemos, yo también) guardados algunos juguetes del día de los Reyes Magos que no han vuelto a jugar con ellos. Algunos en sus cajas, que no llegaron a abrir porque se quedaron embobados con el papel de otro regalo. Ni se acuerdan. La capacidad de pedir del ser humano es infinita. Basta con tener una cosa para estar deseando ya otra.

De verdad, ¿es necesario tanto?

Lo peor de todo es que los padres de hoy utilizamos el “como todos lo tienen” para justificar todas las cosas que hacemos a sabiendas de que no es correcto: “ es que como todos los tienen…”, “es que como todos lo celebran allí…”, “es que como todos…”

Pero, ¿no habíamos quedado en que en “nuestra época” no era así?

Entonces, ¿por qué pensamos que no regalar una Play en un cumpleaños puede crear una gran frustración que acabará en una grave depresión?

¿Es que no sabemos qué argumentar al “como todos lo tienen…”?

Pues lo que nos decían a nosostros: “Y si Fulanito se tira a un pozo vas tu detrás, ¿no?”.

Seamos originales y así nuestros hijos serán originales.

Si ellos ven que hacemos las cosas porque todo el mundo las hace así les estaremos enseñando que deben hacer lo que haga todo el mundo, aunque sea tirarse a un pozo.

Recordad: “no se puede superar a alguien si le seguimos sus pasos”.

No despreciemos sus capacidades. Invitémoslos a desarrollar su valía. Pero “su valía”, la suya propia, no la de Fulanito. No vaya a ser que al final a Fulanito le dé, de verdad, por tirarse al pozo.

Si estás de acuerdo, comparte.

Si tienes una sugerencia, deja tu comentario.

Educar con el ejemplo.

 

ejemplo

Ser coherentes con lo que decimos es la manera más eficaz de educar a nuestros hijos.

De nada sirven todos los “razonamientos y discursos ejemplarizantes” intentando convencer a nuestros hijos que deben comportarse de esta u otra manera o hacer esta o aquella cosa si después nosotros hacemos lo contrario.

Decía Albert Einstein: “Educar con el ejemplo no es una manera de educar, es la única”.

 

Esto mismo, no hace falta que lo diga una eminencia de la envergadura de Einstein, estamos hartos de escucharlo del refranero español: “de tal palo tal astilla”.

Ejemplos de la vida diaria:

“Hijo, el móvil no se coge”, mientras nosotros no dejamos de “whatappear” ni durante la comida.

“Hijo, no se dicen mentiras”, mientras ellos ven que mentimos incluso a nuestros amigos.

“¡¡Hijo, no se grita!!”, y se lo decimos gritando. ¿Cómo queremos que ellos no griten?

“Hijo, no te quejes, tienes que ser más optimista”, mientras que nosotros, con un careto hasta el suelo no paramos de quejarnos del trabajo, de los vecinos,…

“Hijo, debes respetar las normas”, mientras “les obligamos” a cruzar el semáforo en rojo porque no viene nadie.

“Hijo, no debes insultar a tus amigos”, mientras ellos ven que criticamos a los vecinos o a otros padres del colegio.

Y así hasta mil situaciones más.

No hace falta que les digamos nada, ellos están todo el día observándonos. Captan la esencia de cada situación. Aprenden de lo que hacemos y no de lo que decimos.

Os dejo una historia, muy ilustrativa que leí el otro día:

Estaba un padre con su hijo haciendo cola para entrar al teatro. Cuando llegó su turno, el padre preguntó a la señora que estaba en la taquilla a partir de qué edad los niños debían pagar. La señora contestó que a partir de los ocho años. El padre, sin dudarlo un momento, contestó: “Pues deme dos entradas, que mi hijo cumplió ayer ocho años”. La señora le entregó las dos entradas pero, antes de que se fuera, le dijo: “me ha extrañado mucho que me dijera que su hijo tiene ocho años; si me dice que tiene siete no me hubiera dado cuenta”. El padre respondió: “Usted no se hubiera dado cuenta, pero mi hijo sí”.

Comparte este post si piensas que la mejor manera de educar es con el ejemplo.

Diez frases que no debes decirle JAMÁS a tu hij@.

Padre-reganando-a-su-hija

Hoy, tras observar perplejo la regañina que le ha caído a un niño en la consulta, me vino a la mente el post de Tatiana Ivanko, que tanto éxito tuvo hace unos meses en las redes sociales, llamado El método del “bolígrafo verde”.

Básicamente habla de la costumbre de resaltar con bolígrafo rojo lo que no es correcto. Esa tendencia de resaltar la parte negativa de las cosas perdura hasta la etapa adulta y esa es una de las razones de nuestra sensación de insatisfacción en la vida. Ella propone resaltar “en verde” las partes positivas, que seguramente al analizarlas son muchas más que “las rojas”.

Lo podéis leer haciendo click aquí.

Siguiendo esa corriente hoy quiero proponer 10 frases que debemos intentar NO DECIRLE JAMÁS A UN NIÑO:

1- “A ver si aprendes de tu amigo Pablo”. Esto no hará que el niño se fije en cómo lo hace Pablo, sino más bien lo contrario, provocará una reacción de rechazo por envidia a Pablo.

2- “Eres muy malo”. Estaremos estigmatizando al niño, convenciéndolo de esa afirmación. Acabará convenciéndose de que es malo.

3- “Eres un mentiroso”. Igualmente, lo estigmatizará, y además el acabará convencido de que es un mentiroso. Acabará mintiendo porque el asume el rol de mentiroso.

3- “No vas a aprender nunca”. Esta afirmación frenará una de las cosas más bonitas que tiene la infancia, las ganas de aprender. Reprime al niño, lo convierte en incapaz.

4- “Si sigues haciendo eso, no te querré”. Esta sí es realmente una afirmación peligrosa para el autoestima de un niño. Debe quedar muy claro que nosotros los queremos PORQUE SÍ, SIEMPRE, INCONDICIONALMENTE. Eso no significa que no debamos intentar modular su comportamiento, pero con el amor no se chantajea.

5- “No me quieres nada”. Es el lado contrapuesto al punto anterior. Debe quedar claro que con en el amor no caben chantajes.

6- “Eres un desastre”. Nuevamente asumirá éste como su papel, pensará que nosotros pensamos realmente eso de ellos y lo acabarán asumiendo.

7- “Sólo me das disgustos”. Esta es una frase peligrosa. Puede hacer que el niño interprete que es una carga para nosotros.

8- “Verás como se lo diga a papá”. (O el caso contrario: “Verás como se lo diga a mamá”). No debemos hacer que el vea a uno de los padres como “el malo”. Debe ver que hay sintonía entre los padres, así se sentirá mucho más seguro. Si observa que ambos le dicen los mismo acabará convencido de que es eso lo que le conviene y no depende de quién sea.

9- “No llores”. No debemos hacer que reprima sus sentimientos. Si tiene que llorar que llore, que se desahogue. Debemos acompañarlos y protegerlos pero “no son más hombres si no lloran”. No debemos frenar sus sentimientos.

10- “Bien hecho, buen trabajo”. Esta vez pensaréis: ¿pero no es bueno animarlos?. Sí, claro. Un elogio en un momento adecuado es siempre bueno. Pero decirle continuamente, por cada cosa que hace, “buen trabajo” hace que pierda sentido. Es mejor reforzar cosas concretas: “me gustó mucho cuando compartiste tus galletas con Alejandra”.

Ni que decir tiene que todas estas frases, dichas a viva voz en público, especialmente delante de su grupo de iguales tienen un efecto mucho más devastador. Ahí si que habremos roto su autoestima. Asumirán delante de todos el mundo que ellos son así.

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