Reflexión de un hijo hacia su madre.

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Hola, mamá.

Hoy quiero decirte una cosa. Quiero que me escuches muy atentamente, no sólo con los oídos, sino también con el corazón, porque para mi es muy importante.

Se que papá y tú pensáis que los niños no tenemos problemas importantes. Pensáis que los problemas reales son sólo los vuestros (la hipoteca, el trabajo, la política,…) Pero déjame decirte una cosa esta noche: para mi es muy importante que me acompañes, que juegues conmigo. Es muy importante sentirme querido, arropado, protegido,… Eso es lo que más necesito. Me duele mucho cuando dices que los niños no tenemos problemas.

Quería pedirte perdón por haberme hecho pipí esta noche en la cama. No, no lo hago a propósito. No me gusta cuando me dices que soy un bebé. Me gustaría poder controlar esta situación pero pensar que me separo de ti me da mucho miedo.

También quería pedirte perdón por el berrinche que formé en la puerta del colegio, cuando estaba en la fila para entrar, pero te aseguro que no era mi intención. Yo estaba muy nervioso, me daba mucho miedo separarme de ti. Un día escuché cómo le decías a papá que estabas muy nerviosa al empezar en tu nuevo trabajo. Pues eso mismo creo que me pasa a mí. Era la primera vez que sentía que me separaba de ti y esa situación me ponía muy nervioso. No pude controlar el vómito. No me gusta que en esas situaciones me grites ni me pegues. No me gusta que  me apartes y me dejes llorar solo. En esos momentos  yo sólo necesito que me abraces y que me digas que me quieres.

Estos días que estoy empezando en el colegio necesito más que nunca que me digas que me quieres. Creo que me acostumbraré, igual que tú te acostumbraste a tu nuevo trabajo y ahora te veo muy contenta

Por favor, mamá, quiéreme mucho. Yo a ti también te quiero mucho.

 

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«Ayer me quemé otra vez».

  

Puedo contar por miles los nacimientos que he asistido como pediatra.

Partos de “todos los colores”.

– En diferentes lugares: en quirófano, en el paritorio, en la cama, en el taxi,…

– Madres de todo tipo: adolescentes, añosas, Fugitsu (madres hipersilenciosas), escandalosas (la ocasión lo requiere),…

– También padres de todo tipo: florero (allí plantados esperando a que pase el chaparrón), colaboradores (abanican a sus mujeres con cualquier cosa,…), besucones (he de decir que en ese momento muchas veces la madres rechazan esos besos,…), supersolidarios (¡ay, si pudiéramos compartir el dolor, cari!),…

 

Podría contar miles de anécdotas de los partos. Unas muy graciosas y otras, desgraciadamente, no tanto.

 

Todos los partos tienen algo en común: es una situación en la que se derrochan sentimientos a raudales.

 

“Ayer me quemé otra vez”

 

Nueve meses de incertidumbre. ¿Cómo será su carita?, ¿cómo serán sus manitas?, ¿cómo serán sus ojitos?,…. ¿Vendrá todo bien?

Uno puede tener todas las pruebas médicas con resultados normales y todas las ecografías del mundo donde se ve que todo va bien, que siempre seguirá pensando que algo puede fallar.

 

Y toda esa incertidumbre en un momento (sé que ese momento del parto es un poquito más largo para las madres)… SE HACE REALIDAD.

 

“Ayer me quemé otra vez”

Ya en mi etapa de residente había asistido cientos de partos. En ocasiones no entendía las reacciones de los padres. Siempre me había parecido cuando asistía a un bebé para secarlo y ayudarlo a llorar que la temperatura de su piel era normal. Estaba calentito, como el resto de los fluidos internos del cuerpo.

 

Pero cuando nació mi primer hijo, José, su piel “me quemaba”, era como un ascua gigante. Todavía hoy recuerdo esa sensación de estar literalmente quemándome las manos. Entonces comprendí lo que son la “emociones fuertes”. En ese momento “comprendí” muchas de las anécdotas que hasta entonces no habían tenido sentido.

 

Supongo que tod@s sabéis de lo que estoy hablando. Para los que no, imaginar por un momento el derroche de adrenalina que debe sentir alguien al saltar un precipicio en caída libre, multiplicarlo por cien mil y aún no os estaréis acercando ni de lejos a lo que se puede sentir con el nacimiento de un hijo.

 

Exactamente la misma sensación tuve con el nacimiento de mi segunda hija, María. Su piel también “me quemaba”.

 

Y “Ayer me volví a quemar”

 

Después de unos últimos día de embarazo llenos de preocupaciones, volvía a vivir eses momento mágico.

Volví a sentir que tenía un trozo de fuego entre mis manos.

 

Bienvenida, Victoria.

 

Gracias mamá.