PONTE EN SU LUGAR.

Cuando veas a una madre triste, cansada, agobiada, desesperada, temerosa, ansiosa, deprimida, nerviosa, agotada o asustada

… porque le cuesta asumir su nuevo rol después del parto,

… porque tiene miedo de no poder amamantar a su hijo,

… porque piensa que su leche es insuficiente,

… porque lleva cogido todo el día a su bebé en brazos,

… porque su bebé duerme toda la noche en su cama,

… porque su hijo no quiere comer sólido,

… porque su bebé no gatea,

… porque su bebe no duerme toda la noche,

… porque su hijo le está montando un berrinche,

… porque a su hijo no le baja la fiebre,

En todas esas y otras situaciones,

antes dar tus “sabios” consejos,

PONTE EN SU LUGAR.

No juzgues precipitadamente ninguna situación.

Tu vivencia o experiencia de esa situación, si la tuviste,

no es necesariamente igual que la suya.

Piensa qué puede estar haciendo que viva esa situación de esa manera.

Trata de comprender siempre a una madre antes de juzgarla.

Trata siempre de ponerte en su lugar.

Todo lo que he aprendido contigo…

Esta niña es la culpable de muchas cosas.

En primer lugar es culpable de hacerme profundamente feliz cada día. Es culpable de volverme hacer sentir como un niño y, sobre todo, es culpable de hacerme entender qué es lo que realmente valora un hijo de sus padres.

Es culpable también de haberme vuelto a sensibilizar con todo el mundo de la maternidad-paternidad, de hecho fue de su embarazo de donde surgieron la sensibilidad, las ganas y la empatía suficiente para empezar este blog.

La primera vez que me quemé fue, obviamente, muy especial. Pero la crianza del primero la vives con tantos miedos (sí, los pediatras también tenemos miedos porque antes de ser pediatras somos personas y padres) que no te dejan disfrutarla del todo.

La segunda también me quemó cuando nació pero en mi caso el haber tenido los dos primeros tan seguidos hizo que la maternidad-paternidad se convirtiesecasi en una cuestión de supervivencia. Físicamente mi mujer y yo estábamos agotados (¡cuántas mañanas amanecía la pequeña con los pañales del grande y viceversa…!). Pañales de todas las tallas, bodies de todos los tamaños, carros por un lado y por otro, juguetes por todos lados… Había días que las rutinas parecían una cadena de montaje… Ahora el baño, ahora la cena, ahora la canción, ahora el cuento,… Como he dicho, era prácticamente una cuestión de supervivencia y esto tampoco te permite disfrutar adecuadamente de todos los detalles de la crianza.

Pero con Victoria la crianza ha sido diferente. Desde luego mucho más fácil y, por supuesto, mucho más natural y relajada.

La óptica de un tercer hijo te hace relativizar absolutamente las dificultades de la crianza. Hace que valores de verdad lo que de verdad importa.

Tonterías las justas. Lo importante es lo importante.

Entiendes, también, que cada niño es diferente y que lo que te sirvió para uno no te vale para los otros. Esto te hace ser mucho más tolerante con cada niño y con cada familia (esto me hace entender en mi trabajo que existen millones de modelos familiares, millones de modelos de crianza y todos perfectamente válidos).

Cada niño es un ser único e irrepetible y sólo por ello ya merece ser amado.

Desde luego, hija mía, así lo eres. Eres una niña muy especial.

Hoy, en tu segundo cumpleaños quiero darte las gracias por todo lo que me has enseñado.

Porque sin ti no habría sabido cómo de grande es el sentimiento de ser padre.

 

No sabes hija mía cuánto te quiero.

¡¡Muchas felicidades!!

 

Gracias por habérmelo permitido.

Hijo mío,

no te doy el pecho para que tengas las defensas más altas,

ni para que se desarrolle mejor tu vista o tu oído.

Simplemente te doy las gracias por habérmelo permitido.

Hijo mío,

no te porteo para disminuir tus cólicos,

ni para favorecer el apego.

Simplemente te doy las gracias por habérmelo permitido.

Hijo mío,

no duermo contigo para desarrollar más el apego,

ni para calmar tus miedos.

Simplemente te doy las gracias por habérmelo permitido.

Hijo mío,

no te leo cuentos cada noche para desarrollar tu imaginación,

ni tu lenguaje.

Simplemente te doy las gracias por habérmelo permitido.

Hijo mío,

no te enseño a montar en bici para hacerte más independiente,

ni para que hagas más deporte.

Simplemente te doy las gracias por habérmelo permitido.

Hijo mío,

no te llevo cada tarde al parque para que aprendas a relacionarte,

ni para enseñarte a compartir.

Simplemente te doy las gracias por habérmelo permitido.

¡Que pena que a veces sólo vi el esfuerzo!

Quiero decirte que ha sido un placer.

¡¡Nueve vueltas al sol juntos!!

Lo repito una y mil veces. Ya lo he contado en otras ocasiones pero, insisto, ese momento fue mágico. Ya para entonces podía contar por miles la cantidad de recién nacidos que había cogido inmediatamente después de nacer. Coger a un bebé recién salido del vientre materno siempre me ha parecido un momento mágico. Es como coger un “saquito de vida”. En ese momento termina la cuenta atrás del embarazo, un periodo de imaginación (¿cómo será?, ¿estará sanito?, ¿de qué color tendrá los ojos?, ¿a quién se parecerá?) y se pone a cero el crono de la vida, con toda la realidad que eso supone.

Pero esa vez fue diferente. Era la primera vez que sentía que un recién nacido me quemaba en las manos. Me he vuelto a quemar en dos ocasiones más , pero esa fue la primera vez. Nunca había sentido tanto calor entre mis manos, me abrasaba.

Insito, fue diferente.

Después de una larga noche de dilatación, contracciones, emociones, espera, impaciencia e incertidumbres te tenía entre mis manos y me abrasabas. Eran tan grandes tus ojos mirándome… Era tan profunda tu mirada… Era tan bonita esa nariz, esas orejitas, esa boca… ¡Qué milagro!

Era tan mágico ese momento…

Ese día comenzamos un viaje juntos. Tú empezabas tu vida y yo mi nueva vida, la vida de padre. Desde ese momento ya no has salido de mi mente y ha sido tanto lo que he descubierto que no logro imaginar cómo hubiese sido mi vida sin ti.

Ya hemos dado juntos 9 vueltas al sol. Y espero que podamos seguir dando muchas más. Es tanto lo que he aprendido… Es tanto lo que me has enseñado…

Que curioso es sentir más allá de uno mismo. Celebro cada uno de tus éxistos, Sufro con cada uno de tus decepciones. Dos personas, un mismo corazón.

No diré que el camino esté siendo fácil, pero sí es cierto que son muchas más cosas las que suman que las que restan.

¡Te quiero tanto, hijo mío!

Mañana puede ser tarde…

¡Qué curiosa es la vida! ¡Qué casualidades!

Ha sido esta una semana emocionalmente muy intensa para mi. Además del nacimiento de una guapísima sobrina (prometo post), el pasado lunes mi padre se intervenía de una cirugía vamos a decir con cierto riesgo, para no ponernos del todo dramáticos.

Aunque los quirófanos, las anestesias y el “olor” a hospital es algo que forma parte de mi rutina diaria, he de decir que cuando te toca tan de cerca la cosa cambia.

Afortunadamente cambia.

Afortunadamente para mis pacientes. Si con cada paciente tuviese una implicación sentimental máxima perdería continuamente la objetividad, y esto no sería bueno para ellos. Esto no quiere decir que no intente en cada situación ser todo lo empático que puedo.

Y afortunadamente para mí. ¡Somos los que sentimos! Pobre de aquella persona que no se deja nunca llevar por sus sentimientos. Muchas cosas no se pueden razonar, se sienten y punto. Ríe o llora, pero no te frenes, no te arrugues. ¡Siente!

Bueno, a lo que iba. Es inevitable sentir ciertos miedos cuando un ser muy querido, en este caso mi padre, se encuentra en una situación de riesgo. Y es ahí donde uno se da cuenta cómo en el caso de un desenlace fatal se sentiría muy mal no sólo por la pérdida sino por no haber dicho “¡cuánto te quiero!” a esa persona.

A partir de este momento, pensé, no pienso callarme ni una oportunidad de decirlo cada vez que pueda, o cada vez que me apetezca. Pero no sólo a mi padre sino a todas las personas que me rodean (hijos, hermanos, sobrinos, cuñados, compañeros de trabajo, vecinos,…)

Pienso que, en general, no expresamos todo lo que sentimos. Vivimos arrugados.

Casualidades de la vida (y de ahí que me haya decidido a escribir este post), ayer por la mañana recibía por whatsapp un mensaje de admiración, agradecimiento, o como lo queráis llamar de la madre dos de mis pacientes. Curiosamente esta madre había escrito una entrada en su blog (podéis leerla pinchando aquí) tratando este tema, decir cuánto apreciamos a muchos seres queridos y nos lo callamos, y había decido ponerlo en práctica.

Pienso que es un ejercicio que iniciarlo puede costar un poco de trabajo, desgraciadamente, por lo poco acostumbrados que estamos a agradecer, a valorar las virtudes de los demás. Pero es absolutamente reconfortante para uno mismo decirle a los demás cuánto les valoras, cuánto les admiras, cuan importante fue aquel gesto en aquel momento, cuan agradecido estas por aquellas palabras en aquella situación,…

Es también muy reconfortante para uno cuando recibe esos halagos. No necesariamente tienen que ser piropos o cosas extraordinarias. A veces es muy importante que te cuenten la verdad. Si hay algo que te molestó de alguien también es bueno decirlo. Es la mejor manera, probablemente, de saber por qué lo hizo. Fácil, hablando se entiende la gente.

¡Estamos tan poco acostumbrados a dar las gracias…!

Te invito a que lo hagas ahora. Sí, ahora. ¡¡¡YA!!!

Las cosas importante no deben esperar.

Díselo como quieras. Envíale ahora mismo un whastaap, escríbeselo en facebook, llamaló por teléfono, déjale una nota en el frigo, escríbele “¡te quiero!” en la servilleta de un bar si estas allí ahora, déjale una nota en el espejo del cuarto de baño,… ¡Hazlo como quieras, pero hazlo!

Ponlo en práctica. Te vas a sorprender. Descubrirás lo bien que sienta ser agradecido.

Además estos gestos suelen tener mucha reciprocidad. Vas a comenzar a recibir gestos o mensajes de agradecimiento y amor.

¡¡Empieza ya!!

¡Benita sencillez, bendita normalidad y bendita rutina!

Mi vida es tan normal como la de cualquier otro padre. Mis problemas cotidianos son como los vuestros: actividades extraescolares, conciliación laboral cero patatero, hipoteca, discusiones de pareja, …

Precisamente esa “normalidad” hace que mi vida, como la vuestra, sea extraordinaria.

Hay circunstancias en mi vida que me hacen valorar mucho esa sencillez, esa normalidad, esa rutina.

¡Nos empeñamos en ofrecerles a nuestros hijos situaciones extraordinarias (cumpleaños extraordinarios, viajes extraordinarios,…) pero lo que más recordarán cuando sean mayores serán los momentos cotidianos, la sencillez del día a día!

Acompañarles al colegio o recogerles a la salida, un cuento antes de dormir, tirarte al suelo cuando llegas a casa para jugar con ellos,… son situaciones que nos agotan y de las que nos quejamos pero son las que ellos más recordarán de mayores.

También nosotros recordaremos y echaremos de menos esos momentos cotidianos. Pero en el día a día, con el estrés de vida que llevamos, estos momentos cotidianos pareciera que nos están robando parte de nuestras vidas, nos desquician, provocan incluso discusiones de pareja.

En este punto sí que me siento afortunado. Reconozco que las situaciones que vivo en mi trabajo con mucha frecuencia no son muy agradables que digamos. Reconozco, también, que muchas veces en esas situaciones me gustaría esconder la cabeza como un avestruz y decir “tierra trágame” pero tengo que afrontarlas.

“¡Qué carajo!, ¿¡a quién le gusta dar malas noticias!?”

En lo que va de semana podría contar ya varios casos que marcarían a cualquiera de por vida: maltrato físico infantil, abusos sexuales, dos estrellas más que nos iluminan desde el cielo, infartos en los familiares de esos niños tras recibir estas noticias, diagnóstico de enfermedades de muy mal pronóstico,… 

Estas situaciones, más allá de lo difícil y dramático del momento, te dejan siempre una gran enseñanza, nunca te dejan indiferente.  

Estas vivencias tan intensas te hacen relativizar mucho los problemas del día a día. Muchas de las situaciones que podrían provocar una discusión familiar te parecen pecata minuta. Ves cuáles son las cosas importantes de la vida.

Estas experiencias te hacen tener los pies en el suelo y valorar los pequeños detalles de la vida cotidiana: una tarde en el parque, una guerra de almohadas, un beso de buenas noches…

A estas “pequeñas” cosas sólo le das el verdadero valor cuando ves que de un  momento a otro las puedes perder.

Pocas cosas merecen “verdaderamente” la pena: tu familia, tu pareja, tus hijos y tus verdaderos amigos. Pocas cosas más, Insisto, pocas cosas más.

 

Estas situaciones hacen tambalear todos los cimientos de tus sentimientos y te dicen:

“¡Espabila y vive este día como si fuera el último!”.

No te acuestes ni un día más sin haber demostrado a todas las personas que de verdad te importan cuanto les quieres.

 

 

Hoy también…

Hoy, quizás, …

habrán quitado ya los lazos rosas de edificios y ayuntamientos…

ya no se repartirán pegatinas de lazos rosas por las calles…

ya no se hablará de esto en el telediario…

 

Pero hoy, todavía…

muchas mujeres recibirán su diagnóstico de cáncer de mama,

muchas mujeres sufrirán el dolor físico de su intervención,

muchas mujeres vomitarán tras la quimioterapia,

muchas mujeres sentirán la mutilación por la mastectomía,

muchas mujeres pasarán el día “obligatoriamente” separadas de sus pequeños porque tienen las defensas bajas por la quimio,

muchas mujeres llorarán en silencio por no saber cómo contarle a su hijo pequeño porqué llevan puesto un pañuelo en la cabeza.

Hoy, también puede ser un gran día para…

recordar que todas ellas tienen derecho a sentirse como puedan,

no como nosotros (la sociedad) les obliguemos a sentirse.

Derecho a sentirse guerreras,

derecho a sentirse tristes,

derecho a sentir miedo,

derecho a sentir alegría,

derecho a cantar, reír y llorar,

derecho a contar o a callar su enfermedad,…

porque los sentimientos les pertenece a ellas,

a cada una los suyos,

y cada una debe ser libre de sentir lo que siente.

Acompañémoslas en sus sentimientos,

sean los que sean,

a cada una en los suyos.

¡Papá (mamá), no hables así de mamá (papá)!

Un viernes cualquiera en la consulta.

“Buenas tardes, princesa. Oye, María, venga, cuéntame porqué has venido a verme. ¿Prefieres contármelo tú o se lo preguntamos a ti madre?”

En ese momento mira a su madre y casi sin mirarme a mi, con la mirada dirigida hacia abajo, sin apenas salirle la voz del cuerpo suelta: “porque me duela la barriga”.

Uno, que ya empieza a ser perro viejo en estas cosas, tiene muy claro desde el principio que cuando una niña de esa edad (12 años) te dice de esa manera que le duele la barriga, no es precisamente la barriga lo que duele. Lo que duele, con un dolor inaguantable es el corazón, es el alma.

Ese “me duele la barriga” en un grito de auxilio, como lo es “me duele la cabeza” o “me mareo”.

Podemos (y digo podemos, porque es evidente que si su madre la ha traído a la consulta se lo está siguiendo) seguirle el juego durante unos minutos con preguntas tipo:

“Ah, sí. ¿Desde cuándo?, ¿Es más frecuente a alguna hora?, ¿es más intenso antes o después de comer?, ¿lo relacionas con alguna comida?, ¿has tomado algún medicamente para ese dolor?…” y así todas las preguntas que queramos.

Pero ella, en el fondo, está esperando otra pregunta. Esta esperando que la miremos a los ojos, con mucha serenidad, que sienta con sólo una mirada que la entendemos y le preguntemos: “¿Qué es lo que te preocupa, María?, ¿Estas preocupada porque mamá y papá se han separado?”

 

El tema de las separaciones y los divorcios es una realidad que está ahí y que cada vez más frecuente. Aproximadamente la mitad de las parejas terminan separándose.

Cuando las cosas no funciona, pues no funcionan. Se ha acabado el amor, has descubierto a otra persona, no puedes soportar ya esta vida,… No voy a entrar en esto, por supuesto. Cada pareja tendrá sus razones.

No tiene sentido aguantar sólo por los hijos. Eso está abocado al más estrepitoso de los fracasos. No se puede hacer hogar donde no hay hogar.

Pero lo que de verdad no tiene sentido es que se utilicen niños como moneda de cambio.

Tened en cuenta que para ellos su padre es su padre, una figura muy importante en su vida. Que su madre hable mal de su padre no le ayuda en nada. Y, de la misma manera, que su padre hable mal de su madre, la otra figura de referencia en su vida, tampoco le ayuda en nada.

Recordad que los padres somos los espejos en los que se miran nuestros hijos. Somos, por tanto, también modelo de sus futuras relaciones. No les estamos dando el mejor ejemplo cuando nos insultamos delate de ellos, cuando nos reprochamos todo delante de ellos,…

Los niños son capaces de entender cualquier situación, menos la violencia física o verbal entre las dos personas que ellos más quieren. Si se lo explicamos con tranquilidad pueden entender que mamá y papá ya no se quieran, pero eso no significa, en absoluto, que dejen de quererlos a ellos.

El mensaje que debemos transmitirles es que tengan la absoluta seguridad de que a ellos mamá y papá les siguen queriendo como hasta el momento, infinito, y que ellos no tienen la culpa de nada de lo que está ocurriendo.

 

Un favor. Que los niños no sean monedas de cambio.

Ellos deben saber que nuestro amor hacia ellos está muy por encima de cualquier desavenencia entre los padres.

 

Un deseo. Que sepamos escuchar con el corazón.

Que sepamos entender sus gritos de auxilio con ese “me duele la barriga”.

 

 

¿Qué hacer y qué no hacer ante una rabieta?

Hace unos meses escribía un post (¿cómo controlar las rabietas?, que podéis leer pinchando aquí) donde os contaba un ejemplo real de una rabieta y os describía cuál era el comportamiento de cada una de las partes implicadas:

  • La niña. Pobrecilla, maldita edad.
  • Los padres. Pobres padres, también. Al mal rato de verse desbordados por la rabieta de la niña hay que sumarles el bochorno de sentirse observados y juzgados.

  • El público”. Estos no me dan pena. ¡Qué fácil es ver los toros desde la barrera! ¡Con qué alegrías opinamos sobre los demás!

Intentaré de nuevo aclarar por qué se producen las rabietas y qué podemos hacer ante ellas.

Si entendemos cómo funciona el cerebro de un niño y entendemos las fases del desarrollo cerebral probablemente dejemos de buscar soluciones mágicas para el control de las rabietas y lo que es mejor, dejaremos de culparnos como malos padres (“pero… ¿qué estamos haciendo mal?, ¿estaremos siendo muy permisivos?”) y dejaremos de culparles a ellos como malos hijos (“¡Vaya tela lo malcriado que está este niño! ¡Está demasiado mimado!”).

Quizás no venga al caso hablar con detalle que cuáles son las regiones del cerebro, cuáles son las funciones de cada una de ellas y a qué edad se desarrollan. Pero para entender por qué se produce una rabieta puede ayudarnos conocer algunos conceptos del cerebro de los niños y su desarrollo.

Simplificando, podemos decir que existe un cerebro emocional y un cerebro racional.

El cerebro emocional, más primitivo, es el que predomina en los niños más pequeño. Se activa para buscar emociones agradable (por eso un bebé pequeño desea la teta o el biberón, o un niño 2 años desea intensamente una piruleta)

El cerebro racional, más evolucionado (esto nos distingue del resto de los animales), que comienza a desarrollarse a los 3-4 años. A partir de esa edad el niño ya es capaz de comenzar a guiarse por la intuición, comienza a razonar y, por tanto, comienza a tolerar la frustración.

Estos dos cerebros están conectados por circuitos que serán los encargados de integrar y modular la parte emocional y racional de cada situación.

Vemos, entonces, que existe una edad, entre los 2 y los 3-4 años donde el niño es capaz de desear las cosas con intensidad pero aún no ha desarrollado la capacidad de razonar y tolerar la frustración y por eso en esa etapa se producen las rabietas.

Debemos los padres entender que el problema de las rabietas no es una problema nuestro de permisividad o malcrianza, sino una etapa normal del desarrollo cerebral del niño y que, por tanto, el tiempo lo arreglará.

Entonces, ¿no podemos hacer nada ante una rabieta?

Claro que sí. Con la tranquilidad que debe suponer el saber que tiempo corre a nuestro favor, los padres debemos utilizar estrategias que faciliten (o al menos no bloqueen) la comunicación entre el cerebro emocional y racional del niño.

En primer lugar, debemos estar dispuestos a ceder. Si lo pensamos muchas de las rabietas se producen porque tratamos como niños mayores a los niños pequeños, sin capacidad de razonar y que son, por tanto, incapaces de entender cualquiera de las explicaciones que les demos.

Somos, se supone, los adultos los que ya tenemos el cerebro bien desarrollado y debemos por tanto modular nuestro comportamiento. No debemos perder el control. Si en ese momento les gritamos o les zarandeamos, estaremos bloqueando cualquier posibilidad de conectar con ellos y estaremos fomentando aún más su rabia y bloqueando cualquier conexión que pudiera existir entre el cerebro emocional y racional.

Si por el contrario intentamos empatizar con ellos, nos bajamos a su altura, les intentamos mirar a los ojos y les hacemos entender que comprendemos y aprobamos sus sentimientos estaremos abriendo circuitos de comunicación entre el cerebro racional y emocional. No es el momento de razonar con ellos. Tiempo habrá cuando estén tranquilos de hablar con ellos y explicarles por qué eso que pedían no se podía conseguir. De todas maneras debemos recordar que la mejor manera de explicarles es con nuestro ejemplo. No siempre nos escuchan pero siempre, absolutamente siempre, nos observan.

Con respecto al contacto físico en esos momentos tenemos que ver qué nos están pidiendo. Si en ese momento están tan enfadados que no quieren que les toquemos debemos saber respetarles. Intentar inmovilizarles en ese momento puede ser un gesto más que empeore, y mucho, la rabieta. Sin embargo, si vemos que buscan que les cojamos, un abrazo sincero puede ser el inicio del fin de la rabieta. Este abrazo puede ser la mejor manera de conectar con sus sentimientos. Si logramos calmarlo estaremos creando vías de conexión entre el cerebro emocional y racional.

En resumen, comprende que un niño entre los 2 y los 3-4 años es ABSOLUTAMENTE NORMAL que tenga rabietas y que la mejor manera de “desmontárselas” es intentar conectar con sus sentimientos y educar con el ejemplo.

Comparte esta información si la consideras interesante.

Los niños no dejan de sorprendernos…

Hoy el día comenzaba así: Yo madrugaba porque me iba de guardia. Era una de esas guardias que no te apetece hacer porque una vez más iba a estar ausente en un acontecimiento familiar. En mi familia celebramos siempre el 15 de agosto santa María (es el nombre de mi segunda hija)

Mi sorpresa ha sido que alguien había madrugado más que yo. Cuando bajé a la cocina me encontré a mi hijo José escribiendo una tarjeta de felicitación para su hermana y preparándole un desayuno para llevárselo a la cama.

Continuamente me deja sin palabras.

“¡Qué grande eres, chaval!”

Ha sido uno de esos momento de calidad.

Ha sido un momento EXTRAORDINARIO.

El desayuno que estaba preparando era un desayuno ordinario, leche y magdalenas, pero que te lo lleven a la cama no es ordinario, es EXTRAORDINARIO.

Este año no había elaborado la tarjeta de felicitación artesanalmente pero tenía el mismo valor. Varios días antes había visto en una librería una tarjeta con un gran mensaje y había cogido dinero de sus ahorros para comprarla. Eso, eso también es EXTRAORDINARIO. Y desde luego, el mensaje que le escribe no puede ser más simple y a la vez más profundo.

¡Cuánta verdad hay en la mente de los niños!

¡Cuánta sinceridad hay en el corazón de los niños!

 

De camino al hospital, solo en la moto, vas pensando por un lado lo triste que es perderte una celebración familiar, pero por otro lado vas sintiendo el orgullo de que con personas así el “futuro” está asegurado.

Serás, hijo, una persona grande en la vida.

“Eres más grande cuanto más sensible eres”.

Sufrirás mucho, pero la resiliencia, hará que salgas victorioso de todos los sufrimientos.

Y esta misión sí que es nuestra, de los padres y madres, hacer a nuestros hijos resilentes. Quizá es una de nuestras misiones más importantes. Enseñarles a sobreponerse a las situaciones adversas. Hacer que cada “disgusto” lleve una enseñanza positiva.

 

Cuando llegas a una guardia después de este tsunami de sentimientos no puedes ver los niños como un autómata que sólo piensa en los síntomas físicos (“¿Tiene fiebre?” “Pues dele ibuprofeno”) sino que tiene que mirar más allá en cada situación.

Estos pequeños grandes momentos hacen que a cada niño, a cada familia, los valores mucho más.

Detrás de cada niño hay una gran historia de amor.

Detrás de cada niño hay mucha magia. La magia necesaria para convertir una situación ordinaria en una situación EXTRAORDINARIA.

PD: La foto que me mandaba mi mujer de la entrega del desayuno me ha emocionado tanto como a mi hija.

¡Qué suerte tenemos los adultos de poder disfrutar con la magia y la sinceridad de los sentimientos de los niños!

Feliz día a tod@s.