“No llores por eso, es una tontería”.

¿Cómo…, qué es una tontería?

No, no es una tontería. Para mí es muy importante. Anoche me costó mucho trabajo dormirme y esta mañana, desde queme he levantado no se me va, nuevamente, de la cabeza.

Tengo miedo, sí, tengo mucho miedo. Y lo que menos me ayuda es, precisamente, que me digas que esto es una tontería y que llorar es de cobardes.

No, no es una tontería porque a mi me hace sufrir. Hace que me duela la barriga y que tenga miedo de ir al cole.

Y no, tampoco soy un cobarde. Si lloro es porque soy una persona sensible. Me afecta el comportamiento de la gente tengo a mi alrededor. No soy indiferente a la realidad que me rodea. Hay cosas que me hacen daño y esto, me hace mucho daño.

Tampoco me sirve que me digas que pase, porque no, no puedo pasar. Este es mi mundo, no soy ajeno a él.

¿Sabes? Los niños también tenemos sentimientos. ¿Acaso a ti te gusta cuando estás preocupada que te digan que tu preocupación es una tontería?

Sólo quiero que me entiendas, que me acompañes, que me arropes, que me des seguridad…

Sé que piensas que mañana ya se me habrá pasado pero ahora me encuentro mal, muy mal, y eso no puedo evitarlo.

Me haces mucho daño cuando me dices que los niños no lloran porque si no parecen niñas.

Pues te digo que los niños también tenemos sentimientos y, precisamente, lo que menos me ayuda es que me digas que sólo por el hecho se ser un varón no puedo llorar, no puedo sentir,…

No puedes negar mis sentimientos.

Ahora quiero llorar y de ti querría, simplemente, que me apoyaras, que me acompañaras, que me entendieras, que te pusieras un segundo en mi lugar y entendieras por qué esto es muy importante para mi.

Por favor, mamá, no me digas que esto es una tontería.

Por favor, papá, no me digas que llorar es de niñas.

¿Cómo queréis que os cuente mis preocupaciones si las consideráis una tontería?

Perdón, hijo mío… y muchas gracias.

paddre tapa a su hija

Te miro mientras duermes y me enseñas muchas cosas.

¡Si supieras, hijo mío, cuánto te quiero…!

Sé que mañana, te despertarás y vendrás a darme un beso, como cada mañana, como si no hubiese pasado nada.

Sé que me habrás perdonando de verdad (no como hacemos los adultos), sin rencor, por haberte gritado esta noche.

Te quiero dar las gracias, ahora que no me oyes, por todo lo que me enseñas. Tu inocencia es mágica. Sí, eres AMOR, todo AMOR. Así de simple y así de grande. Sólo cuatro letras, pero todas mayúsculas.

Tú no tienes la culpa de que yo tenga un mal día en el trabajo y la impaciencia me pueda. Eso no puede justificar de ninguna manera mi comportamiento, pero no soy un padre perfecto. Lo mejor de todo es que sé que tú me aceptas así.

Tu impulsividad es sólo una manera de llamar mi atención, de querer estar conmigo. Sé que te alegras mucho cuando vuelvo del trabajo y eso te emociona tanto que a veces no eres capaz de contenerte. Tienes la euforia propia de tu edad y yo a veces no sé entenderte. Derrochas energía. Te sobran las ganas. Tú sólo quieres cariño.

Ser padre no es fácil, ¿sabes?

Seguro que algún día lo experimentarás con tus propios hijos. Yo entonces ya seré viejito, y seguramente lo veré de otra manera. Para entonces, supongo, ya habré aprendido a calmar mis nervios, mi mal humor.

Pero ser padre es lo mejor que me ha pasado, ¿sabes, hijo mío?

Lo que sí te pediría que seas paciente con tus hijos, que juegues mucho con ellos, que seas muy cariñoso, que no te quedes ningún beso en el tintero, que no antepongas nada a ellos…

Eso mismo te lo pido para con tu pareja: respétala, háblala, bésala, diviértela, susúrrala, cuídala,… ÁMALA.

Los adultos anteponemos, en ocasiones, nuestros trabajos o nuestras preocupaciones a estar con nuestros hijos y eso no es justo. Nada en el mundo, ni los trabajos, ni las inversiones, ni cualquier negocio …. nos da tanto a un interés tan bajo. Interés cero, AMOR infinito.

Tu eres lo primero. Sin ti ya nada tendría sentido.

Perdón, hijo mío… y muchas gracias.

¡Si supieras, hijo mío, cuánto te quiero…!


Valorar los pequeños detalles…

mamá cáncer y bebe

Recientemente la madre de unos hermanitos que veo habitualmente en mi consulta ha sido diagnosticada de cáncer.

No es el primer caso de los últimos meses, pero siempre te coge por sorpresa. En el momento que te enteras no sabes muy bien qué decir. Necesito, como cualquiera, tiempo para digerir cualquier mala noticia.

El problema en ese momento es que la consulta has de terminarla con “dignidad”. El paciente siguiente no tiene por qué enterarse de qué ha ocurrido en la consulta del paciente anterior. En cierto modo una consulta médica es como un confesionario. Por muy dramático que sea un tema comparado con otro a cada cual le importan sus problemas. La consulta tiene que seguir.  Debes intentar contagiarte rápidamente de la afortunada banalidad de la mayoría de las consultas e, incluso, terminar la consulta con una sonrisa.

Sí, puedes continuar esforzándote al llegar a casa. Intentar que los “problemas” de la gente no afecten a tu familia. Y casi lo puedes conseguir. Puedes preparar la cena, bailar con tus hijos en la cocina, contarles un cuento, arroparles, darles un beso e irte a la cama.

El problema, en ocasiones, es que cuando parece que ya superaste el mal bache del día y intentas dormir aparece en tu cama una señora muy preguntona que se llama conciencia y te suelta:

“¿Te acuerdas de la madre de…? Sí, la del cáncer, la de esta tarde. ¿Entendiste bien todos sus miedos? Es normal que esa mamá estuviese muy preocupada, ¿verdad? Preocupada por la incertidumbre de su diagnóstico y de su evolución. Preocupada por cuál será su tratamiento (cirugía, quimioterapia o radioterapia) y preocupada por saber si será capaz de tolerarlos. Preocupada por si le quedarán secuelas. Preocupada, al fin y al cabo, por su vida. Preocupada por la eventualidad de un desenlace fatal.”

Y la señora conciencia te insiste:

“Pero no tenía sólo esas sus preocupaciones. ¿Te diste cuenta? Estaba atormentada porque su enfermedad no frustrase su maternidad. Le aterraba pensar cómo influiría su enfermedad en la vida de sus hijos. Pedía a gritos que alguien le ayudase a hacer entender a sus hijos que aunque mamá algunos días no estuviese en casa (eran previsibles bastantes ausencias para las cirugías, sesiones de quimioterapia,…) la dinámica familiar no se viese muy afectada. Recuerdas cuando te preguntó: Y ahora José María, ¿quién dormirá a mi chica? Si ella sólo sabe dormirse en mis brazos. Te estaba mostrando que son muchos los pequeños detalles que muchas veces los médicos no valoráis cuando hacéis un diagnóstico”.

Y la conciencia te vuelve a insistir una vez más:

“¿Te diste cuenta cuando te preguntó cómo debía contárselo al mayor, al de cinco años? ¿Te diste cuenta cómo trago saliva su pareja en ese momento? ¿Te diste cuenta que en ese momento ya no pudo contener las lágrimas? De la misma manera que intentas tú en la consulta que no se noten las preocupaciones de un paciente para el siguiente, esa madre pretendía que no se afectase la dinámica familiar durante la recuperación del postoperatorio y los días tras las sesiones de quimioterapia, como si a mamá no le pasase nada. Quería y deseaba muy fuertemente que ya que la enfermedad estaba truncando su maternidad, no se afectase la crianza de sus hijos.”

Cuando todo el mundo duerme continúas pensando y te vas dando cuenta que la persona  que se encuentran en una situación límite valora cosas muy cotidianas, valora los pequeños detalles de cada día, valora el tiempo de “estar” en familia, un beso, un abrazo, una sonrisa,…

 

Con estas situaciones te das cuenta que la felicidad no debe ser el objetivo sino el camino hacia ella.

 

Carpe diem. Disfrutemos de nuestros hijos.

¿Hasta dónde debemos decidir por nuestros hijos?

madre estresada

“Los lunes, miércoles y viernes inglés, de cuatro a cinco, y de allí corriendo a kárate. Los martes y jueves clases de guitarra, de cuatro a cinco, y de allí, nuevamente corriendo a fútbol… Menos mal que con el horario de verano a las siete, cuando acaba el entrenamiento, aún es de día porque en invierno se me hace de noche. ¡Cómo para plantearse tener otro hijo! Además acaba tan cansado que muchos días, ni cena. Mientras espera a que le prepare la cena después de ducharlo, se me queda dormido en el sofá y ya no hay dios que lo despierte. Desde luego, si no fuera por los fines de semana, mi marido no vería nunca al niño despierto… Cuando llega ya está dormido y lo único que puede hacer es llevarlo a la cama y darle un beso, pero él ni se entera. Antes, por lo menos, cuando lo teníamos en el colegio de al lado de casa, lo podía llevar él. Pero ahora, como decidimos meterlo este nuevo cole, para reforzar el inglés, ya no le da tiempo a llevarlo y me toca, nuevamente, a mí, que dejé de trabajar para convertirme en el chófer del niño…Todo sea para facilitarle las cosas para el día de mañana, pero al pobre no le da tiempo ni de  jugar…”

Cada vez que escucho una retahíla de este tipo no sé si ponerme triste, decepcionado, apenado, frustrado,…

¿¡¡Pero estamos locos!!?

Parémonos un momento a pensar qué es lo que queremos para nuestros hijos, o mejor aún, qué es lo que esperamos de ellos. Cerrar los ojos un momento, imaginar a vuestro hijo dentro de treinta años y pensar qué es lo que más desearías para él en ese momento: que sea un empresario muy rico, que sea un magnífico profesor, … o que sea feliz, que tenga un montón de amigos, que sea un excelente y cariñoso amigo, padre, hermano, hijo.

¿Qué no les da tiempo ni a jugar? Pero…, por favor, si somos nosotros los que les llenamos las tardes de actividades extraescolares hasta extenuarles. ¿Les reservamos algún tiempo para que se desarrollen como personas o sólo importa si es campeón de tenis, sabe tres idiomas y es el número uno de su clase?

Por no hablar del tema de la elección del colegio, que estamos ahora en la fecha, y que trae estresadas a un gran número de familias. ¿Acaso no hay que valorar le cercanía del colegio?, ¿lo único que importa son las horas de inglés que se imparten a la semana?, ¿nos planteamos que después no podrán jugar con sus compañeros-vecinos?, ¿cuánto valor le damos al juego?, ¿y a la amistad?… El colegio no es responsable de la educación de nuestros hijos. Allí debe ir a aprender, la educación deben llevarla de casa (podéis repasar el post de Educar con el ejemplo pinchando aquí). Como dice Eva Miller: Jugar debe ser una prioridad en la infancia. No sólo porque desarrolla la creatividad, la sociabilidad y la empatía, sino porque es un pilar para el aprendizaje.

El juego ayuda a desarrollar las capacidades creativas y el pensamiento crítico, además de habilidades como la resolución de problemas, la empatía, la comunicación y el trabajo en equipo.

 

Pienso que nos excedemos en la tarea de padres. Abarcamos hasta  más allá de lo que nos corresponde. Estamos desarrollando como ya hablan muchos autores el concepto de “hiperpadres”.

Somos padres y planeamos niños meticulosamente cómo deben ser nuestros “perfectos hijos”.

Crear individuos libres, capaces de ser felices y de amar, supone ir entrenando desde la infancia el ejercicio de la responsabilidad, la autonomía, el compañerismo,… por tanto, debemos dejar de “vivirles su vida”. Debemos simplemente acompañarles desde el amor para que, en función de su edad, vayan aprendiendo a tomar decisiones.

Comparte esta información si piensas que debemos “dejarles su espacio” a nuestros hijos.

El vaso de leche.

vaso

Educar a un niño puede ser apasionante, emocionante, agotador,… y así hasta mil calificativos más pero, desde luego, nadie dijo que fuese fácil.

Está muy de moda en cualquier foro que haga referencia a la educación de los niños hablar de la resiliencia.

“¿Cómo?, ¿Resi-qué?”

No me gusta dar definiciones exactas, y menos si hablamos de psicología, porque ahí si que nos podemos perder todos.

La resiliencia, para entendernos, es la capacidad que tiene una persona (en este caso, un niño) para sobreponerse  a una situación adversa y sacar, incluso, una enseñanza.

Para estas cosas más vale poner ejemplos sencillos y reales.

Hace unos días leía cómo podemos reaccionar  ante una situación tan cotidiana y banal puede ser la siguiente:

Un día cualquiera, que llevas mucha prisa, como siempre, en el desayuno, antes de ir al cole. Sirves la leche, de la que, por cierto, ya queda muy poca; tu hijo por descuido tira el vaso, el cual se rompe y se derrama toda la leche.

Nos ha pasado a todos, ¿verdad?

Bueno, pues esta situación tan cotidiana la podemos enfrentar, al menos, de tres maneras diferentes:

  • El castigo.

Rompes en cólera (“¡pero cómo serás tan tonto, hijo!, ¡mira que eres inútil!, ¡y vosotros (a los hermanos, que por cierto miran la escena atónitos), tener también cuidado que si no también vais a cobrar!, ¡siempre igual, yo aquí echo un esclavo para que los señoritos tiren la leche!, ¡¿eso es lo que me ayudáis?!)

Como ya dije en el post Educar con el ejemplo, no deberemos sorprendernos después si con estas actitudes nuestras, ellos intentan resolver sus conflictos usando la violencia.

  • La sobreprotección.

Si eres de este “club” lo mismo no te ha pasado nunca esta situación y, probablemente, nunca te pase. Lo cual no quiere decir que sea bueno. Puede que para que esto nunca te pase tus hijos, con 8 años, sigan tomando su leche en vaso de plástico

De esta manera nunca llegarás tarde a ningún sitio. Pero estarás “condenando” a tus hijos a que lleguen tarde siempre a la hora de hacerles independientes, autosuficientes, autónomos y que, además, los incapacites para todos los días de su vida.

Decía María Montessor: «Cualquier ayuda innecesaria es un obstáculo para el desarrollo». Muy al hilo de esto podemos insistir en el flaco favor que le hacenmos a nuestros hijos haciéndoles los deberes. Ya hablé de esto en el post La vuelta la cole. Podéis repasarlo pinchando aquí.

  • El niño responsable.

En esta ocasión, con calma, le pides que recoja el vaso ya que fue él quien lo derramó. Incluso si se corta, le pones una tirita, y le invitas a que continúe recogiéndolo. Si se hace tarde también puedes proponerle que cuando llegue del cole lo primero que debe hacer es recogerlo. Le ofreces otra cosa para desayunar, puesto que se ha terminado la poca leche que quedaba y, manteniendo la calma, lo llevas al cole y lo despides con un beso. Al día siguiente, le pides que sea él quien sirva la leche y lo felicitas por hacerlo de forma adecuada.

Qué cruel pensareis algunos, ¿verdad? Permitir que nuestros hijos asuman las consecuencias naturales de sus actos es todo un proceso de vida que le permite volverse responsable, autónomo y seguro de sí mismo.

Claro que es mucho más rápido darle un pescozón o servírselo en vaso de plástico, pero la vida no es una carrera de velocidad sino una carrera de fondo. No gana quien llega antes sino quien llega “mejor”. El tiempo lo recompensará de sobra.

No quiero con este post decir que soy un padre ejemplar. Nada más lejos de la realidad. Sólo quiero invitar a que reflexionemos.

¿Y tú? ¿en qué grupo te encuadras?