Hace mucho tiempo, 16 años para ser exacto, que vengo recordando la sensación de abrasarme al cogerte. Cada año, el 19 de enero, recuerdo cómo me quemaste al salir de las entrañas de la mujer más maravillosa del mundo.
¡Qué momento! ¿Cómo no lo voy a recordar?
Pensé que nunca volvería a tener una sensación similar, pero como también te he contado muchas veces, lo volví a revivir con el nacimiento de tus hermanas.
Hoy, podría estar diciéndote lo mayor que te veo por lo mucho que has crecido estos últimos meses. Ya me sacas una cabeza (aunque eso tampoco es tan difícil,… jeje). Sin embargo, hoy he sido consciente de lo mayor que te has hecho no por lo alto que estás, ni porque gastes más espuma de afeitar que yo, sino porque, desgraciadamente, la vida te ha puesto un bache en el camino y lo has afrontado como un adulto.
Sí, cariño, la vida es maravillosa, tiene momentos increíbles. Tienes que saber identificarlos y disfrutarlos al máximo. De hecho, tienes que saber buscar esos momentos. Pero sobre todo debes saber que muchos de esos momentos mágicos lo son por cómo tú los vivas. Y debes saber que, en lo cotidiano, está la mayoría de esa magia.
Pero tienes que saber que hacerse mayor es duro porque, a veces, la vida es dura. A veces la vida duele y, en ocasiones, duele mucho. Mucho más de lo que uno cree que puede soportar. Esta mañana has-hemos llorado como una Magdalena porque hay situaciones que duelen mucho, duelen infinito.
Eso que has sentido, hijo mío, hijo mayor mío, es amor, pero disfrazado de un dolor indescriptible. ¡Qué te voy a contar si ya lo has sentido! Las heridas sanan, pero cuando son profundas, dejan cicatrices, cicatrices que jamás se borran.
Ese regalo que has recibido moldeará a tu corazón y te ayudará a entender que el regalo más valioso que se puede recibir (y entregar) es LA AMISTAD.
FELICIDADES hijo mío, hijo mayor mío, y muchos besos al cielo.