Hoy hace cuatro años que nació la responsable de ese sentimiento que muchas veces sobrevuela y atormenta el mundo de la maternidad y la paternidad: la culpa.
Os voy a contar de qué cosas tiene la culpa esta criatura que llegó hace cuatro años abrasándome las manos, como ya he contado otras veces.
Es la culpable de ser capaz de alegrarme el día incluso después de la guardia más agotadora.
Es la culpable de haber sacado la versión más paternal de su hermano y la versión más tierna de su hermana.
Es la culpable precisamente de este blog. Después de dos paternidades muy seguidas, que convirtieron la situación en casi en una cuestión de supervivencia, llegó para demostrarme que la paternidad es una cosa mucho más grande y mucho más bonita. Removió en mi sentimientos que me llevaron a empatizar con las situaciones que vivo a diario en la consulta. Desde el nacimiento de ella me es mucho más fácil conectar con todos los padres y madres.
Es la culpable de haberme enseñado que la verdadera felicidad está en detalles muy pequeños de situaciones muy cotidianas.
Es la culpable de mostrarnos a su madre y a mí qué es la verdadera maternidad y la auténtica paternidad. La culpable de haber sacado mi mejor versión de padre y la mejor versión de su madre.
Es la culpable demostrarme día a día que el mundo mirado a través de los ojos de un niño es mucho más bonito y sí merece la pena ser vivido cada segundo.
Es la culpable de enseñarnos que la verdadera inclusión, la verdadera tolerancia, el respeto y el amor verdadero consiste simplemente en tratar a los demás como lo hace ella, como una niña, con su inocencia, sin prejuicios.
En definitiva, es la culpable de habernos mejorado a todos y de haber cerrado un círculo perfecto en nuestra familia.
Gracias, Victoria, por ser culpable de todo.
¡¡Bendita culpa!!
¡¡Felicidades, hija mía!!