– «¡¡Felicidades papá!! Mira lo que te he traído. Lo he hecho yo solito, para ti. ¿Has visto qué bien coloreado está? No me he salido nada de la rayita».
– «¡¡Muchas gracias, hijo!! La verdad es que lo has coloreado fenomenal. Es muy bonito. Me encanta».
Y uno se queda pensando cómo un trozo de papel puede llegar a hacerle tanta ilusión.
Es ahí donde descubre la magia del amor desinteresado.
¡¡Te quiero porque te quiero, y punto, y te querré siempre!!
La inocencia de un niño es mágica. El amor es infinito.
Cuando uno es padre empieza a intuir cuánto lo han querido. Aprovecho hoy, por tanto, para darte las gracias. ¡¡Te quiero, papá!!
Pero estos días de celebraciones siempre tienen una parte triste.
¡Qué duro es no tener a un padre al lado! ¡Qué figura tan importante falta en el puzzle familiar!
Es también ahí donde algunas mujeres se hacen inmensas, intentando abarcar la falta de la pieza del puzzle y la suya propia.
Qué duro es pensar que muchos pequeños éxitos de los hijos provocan un vacío enorme por la falta de papá.
¡Cuanto me hubiese gustado, papá, que escucharas sus primeras palabritas!
¡Cuánto me hubiese gustado, papá, que vieras cómo da sus primeros pasitos!
¡Cuánto me hubiese gustado, papá, que lo vieras con su mochila en su primer día de cole!
¡Cuanto me hubiese gustado, papá, que vieras cómo celebra los goles con sus amigos (mirando al cielo y señalándote)!
¡Cuánto me hubiese gustado, papá, que vieras cómo quiere a su pareja!¡Cuánto amor recibido y cuánto amor entregado!
¡Cuánto me hubiese gustado, papá, que vieras cómo quiere a sus hijos, como tú lo querías, infinito, desinteresado,…!
¡Cuánto me hubiese gustado, papá, haberte dicho más veces lo mucho que te quiero!
Felicidades papá.