Educar a un niño puede ser apasionante, emocionante, agotador,… y así hasta mil calificativos más pero, desde luego, nadie dijo que fuese fácil.
Está muy de moda en cualquier foro que haga referencia a la educación de los niños hablar de la resiliencia.
“¿Cómo?, ¿Resi-qué?”
No me gusta dar definiciones exactas, y menos si hablamos de psicología, porque ahí si que nos podemos perder todos.
La resiliencia, para entendernos, es la capacidad que tiene una persona (en este caso, un niño) para sobreponerse a una situación adversa y sacar, incluso, una enseñanza.
Para estas cosas más vale poner ejemplos sencillos y reales.
Hace unos días leía cómo podemos reaccionar ante una situación tan cotidiana y banal puede ser la siguiente:
Un día cualquiera, que llevas mucha prisa, como siempre, en el desayuno, antes de ir al cole. Sirves la leche, de la que, por cierto, ya queda muy poca; tu hijo por descuido tira el vaso, el cual se rompe y se derrama toda la leche.
Nos ha pasado a todos, ¿verdad?
Bueno, pues esta situación tan cotidiana la podemos enfrentar, al menos, de tres maneras diferentes:
Rompes en cólera (“¡pero cómo serás tan tonto, hijo!, ¡mira que eres inútil!, ¡y vosotros (a los hermanos, que por cierto miran la escena atónitos), tener también cuidado que si no también vais a cobrar!, ¡siempre igual, yo aquí echo un esclavo para que los señoritos tiren la leche!, ¡¿eso es lo que me ayudáis?!)
Como ya dije en el post Educar con el ejemplo, no deberemos sorprendernos después si con estas actitudes nuestras, ellos intentan resolver sus conflictos usando la violencia.
Si eres de este “club” lo mismo no te ha pasado nunca esta situación y, probablemente, nunca te pase. Lo cual no quiere decir que sea bueno. Puede que para que esto nunca te pase tus hijos, con 8 años, sigan tomando su leche en vaso de plástico
De esta manera nunca llegarás tarde a ningún sitio. Pero estarás “condenando” a tus hijos a que lleguen tarde siempre a la hora de hacerles independientes, autosuficientes, autónomos y que, además, los incapacites para todos los días de su vida.
Decía María Montessor: «Cualquier ayuda innecesaria es un obstáculo para el desarrollo». Muy al hilo de esto podemos insistir en el flaco favor que le hacenmos a nuestros hijos haciéndoles los deberes. Ya hablé de esto en el post La vuelta la cole. Podéis repasarlo pinchando aquí.
En esta ocasión, con calma, le pides que recoja el vaso ya que fue él quien lo derramó. Incluso si se corta, le pones una tirita, y le invitas a que continúe recogiéndolo. Si se hace tarde también puedes proponerle que cuando llegue del cole lo primero que debe hacer es recogerlo. Le ofreces otra cosa para desayunar, puesto que se ha terminado la poca leche que quedaba y, manteniendo la calma, lo llevas al cole y lo despides con un beso. Al día siguiente, le pides que sea él quien sirva la leche y lo felicitas por hacerlo de forma adecuada.
Qué cruel pensareis algunos, ¿verdad? Permitir que nuestros hijos asuman las consecuencias naturales de sus actos es todo un proceso de vida que le permite volverse responsable, autónomo y seguro de sí mismo.
Claro que es mucho más rápido darle un pescozón o servírselo en vaso de plástico, pero la vida no es una carrera de velocidad sino una carrera de fondo. No gana quien llega antes sino quien llega “mejor”. El tiempo lo recompensará de sobra.
No quiero con este post decir que soy un padre ejemplar. Nada más lejos de la realidad. Sólo quiero invitar a que reflexionemos.
¿Y tú? ¿en qué grupo te encuadras?