Hoy, 15 de agosto, festivo creo en todos los lugares de España es costumbre en mi casa celebrar la onomástica de santa María.
Pues bien, el día comenzaba así:
José, mi hijo mayor, de 7 años, se despertaba como de costumbre muy temprano y se colaba en nuestra habitación. Con cara de quien tiene preparada la mayor sorpresa del mundo decía:
“Mama, le he hecho una tarjeta de felicitación a María (es su hermana mediana) y ahora mismo le voy a preparar el desayuno y se lo voy a llevar a la cama”.
Ni que decir tiene la cara de felicidad de la hermana cuando la ha despertado suavemente con su tarjeta y ha visto que tenía listo su desayuno, para desayunar en la cama.
Los niños no dejan de sorprendernos, no paran de enseñarnos cosas.
En ese momento me he puesto a pensar la importancia de los detalles y la importancia de nuestros comportamientos ante esos gestos. Nuestra actitud es fundamental para que ellos aprendan a valorar esos pequeños detalles.
Cuidar los pequeños detalles es lo que hace que una situación pase de ordinaria a extraordinaria.
Un colacao con cereales es un desayuno ordinario, pero que te lo traigan a la cama… eso, eso es extraordinario.
Una tarjeta de felicitación es un regalo ordinario, pero que madruguen para elaborarte una artesanalmente… eso, eso es extraordinario.
Nuestra misión como padres consiste en que sean capaces de mantener esa magia, esa inocencia, esa alegría, esa bondad,… Ya hablé de esto en el post que escribí este año para el día de los reyes magos (puedes leerlo pinchando aquí).
Es muy importante que les inculquemos el valor verdadero de regalar. Regalar es pensar de verdad en el otro.
Es más fácil ir con la cartera llena y comprar un regalo caro, pero eso pierde bastante la magia.
Sería más cómodo para nosotros que un niño de 7 años no lleve el desayuno a la cama a su hermana de 5 (es bastante probable que todo acabe por el suelo) pero si cada vez que tienen una idea brillante y espontánea se la apagamos no podemos pretender después que nos sorprendan.
Los niños no son malos, no son egoístas, no sólo quieren jugar con el móvil y que les compremos cosas caras.
Somos los adultos, cuando nos interesa, los que utilizamos los móviles o las tablets para “deshacernos” de ellos y después, una vez creada la necesidad, les acusamos de que no saben jugar en lugar de tirarnos al suelo a jugar con ellos, que es lo que realmente desearían. Después, decimos continuamente “¡Hay que ver estos niños de hoy día, que sólo saben jugar con la pantallita esa, que se van a volver tontos!”, o “¡Hay que ver este niño que se le antoja el juguete más caro!” cuando somos los adultos los que presumimos continuamente de tener las cosas más caras (el coche más caro, la casa más cara,…)
Ellos aprenden de nosotros. Son máquinas perfectas de imitar, así que más vale que nos vean cuidar los pequeños detalles.
Por cierto, feliz día a las Marías.