Hacer guardias en la unidad de cuidados intensivos pediátricos es siempre duro, y no me refiero sólo al trabajo físico, que también.
Ver a un niño debatirse entre la vida y la muerte desgasta mucho emocionalmente. Creo que más cuando eres padre (madre) porque es inevitable, en muchas ocasiones, verte reflejado en esos padres o ver a tu hijo reflejado en esos niños.
Hacer estas guardias, y más en fiestas, te da unas dosis de hiperrealismo y de “pies en la tierra” y de aprender a valorar los pequeños detalles que ni el mejor libro de autoayuda se acerca ni de lejos.
Cierto es que como médico hacer una de estas guardias, y a pesar del cansancio físico y emocional, compensa.
Emocionalmente desgasta mucho, pero como comenté en el post de “¡Bendito desorden!”, compensa.
Sí, compensa mucho.
Porque después de ver lo que vemos aprendes a valorar lo que de verdad importa.
Aprendes a valorar que las cosas importantes no se pueden comprar.
El dinero no sirve para esto. El dinero sólo ayuda si la salud no falta.
Cuando ves cómo una madre (padre) acaricia esas manos gorditas (aunque su hijo esté lleno de cables y catéteres), cómo le lee un cuento (aunque su hijo esté sedado), … entiendes lo grande que es el amor de unos padres.
Ves a esos padres manteniendo el tipo delante de su hijo y después los vez cabizbajos, llorando en algunos de los rincones del hospital (¡ay, lo que habrán escuchado esos rincones…!)
Sí, cuando ves esto, aunque sufres, aprendes mucho de LA VIDA.
A esos padres les das igual que sea la feria de abril, nochebuena o los reyes magos,…
Esos padres están deseando que su hijo tenga cólicos, que sea un “malcomedor, que monte berrinches,…
Esos padres están deseando que su hijo se manche de chocolate, tire las cosas al suelo, derrame el vaso de leche en el desayuno, que no quiera bañarse,…
Sólo quiero recordar una cosa a estas familias: la vida os pagará de sobra este sufrimiento porque seréis capaces de valorar cosas que de otra forma no valoraríamos.
¡Ánimo, mucho ánimo!
¡Cuánto tengo que aprender!