¿Cómo destruir la autoestima de nuestros hijos?

Os pongo en situación. El otro día, mientras descansábamos en la tumbona en la piscina, María, mi hija de seis años, me preguntaba sobre su hermana, Victoria, de 17 meses:

Papá, ¿Victoria tiene dignidad?.- me preguntó con gran preocupación.

¡Claro! María, ¿pero tú sabes lo que es la dignidad?.- le respondí con cara de no saber muy bien a qué venía esa pregunta.

Pues que piensa.- me dijo muy segura de su respuesta.

María se quedó bastante tranquila sabiendo que su hermanita tenía dignidad.

 

Aparentemente era una conversación de esas que consideramos un poco absurdas, de esas que parecen no tener mucha importancia. Esas conversaciones que nos hacen mucha gracia porque vemos que nuestros hijos pequeños aún no dominan ciertos conceptos.

Pero yo, cosas que le pasan a uno cuando está ocioso, me quedé pensando si realmente Victoria tenía dignidad.

¿Dignidad? ¡Qué buena pregunta!

¡Claro que los niños tienen dignidad!

O al menos deberían tenerla, aunque a veces les tratemos como si no la tuviesen.
Los niños deben ser respetados. Es la única manera de que aprenda a respetar.
Muchas veces les ridiculizamos en público y, lo peor de todo, ni siquiera somos conscientes de ello.

Si nosotros, sus padres, que somos quienes más deberíamos valorarles, les insultamos y menospreciamos sus sentimientos, les estamos inhabilitando como personas.

De esa manera les convertimos en nuestras mascotas, en monitos de feria.

Deben comportarse a nuestro antojo, deben sentirse tristes si nosotros queremos y alegres cuando nosotros lo deseemos.

El menosprecio físico y los insultos, y más en público, son potentes armas destructoras del autoestima de los niños.
Es frecuente escuchar cualquier lugar donde hay niños:

«¡Eres un inútil, con lo fácil que es hacer eso…!»

o

«¡Eso es una tontería, por eso no se llora!»

Cambiemos ahora la escena. En nuestro trabajo nuestro jefe, delante de todos los compañeros, nos grita:

«¡Martínez eres un inútil! ¡Por dios, pero si eso lo hace hasta un niño de dos años!»

o

«¡No te pongas así! ¡Vaya tela, cómo te pones sólo porque te grito!»

 

Creo que queda claro que después de ese momento uno no se siente demasiado bien, ¿verdad?

A los niños hay que corregirles y ponerles límites, de hecho, ellos se sientes muy seguros dentro de los límites. Pero el establecimiento de estos límites no puede hacerse ridiculizándoles en público.

Los niños son “más bajitos” pero son seres que merecen ser tratados con el mismo respeto que cualquier adulto.

Los niños son lo que son ya, no son que lo serán.

Los niños ya son personas, y precisamente se encuentran en una etapa muy importante para la formación de su personalidad.

No debemos menospreciar sus sentimientos. Al contrario, debemos valorarles. Debemos ayudarles a identificar esos sentimientos y enseñarles a gestionarlos.

 

Sus sentimientos son tan válidos como los nuestros.

Sus preocupaciones, sus miedos, sus inquietudes, sus dudas,… son tan importantes como las nuestras.

 

Si nosotros no enseñamos a nuestros niños a valorarse a sí mismos, ¿quién lo hará?
Si estás de acuerdo, comparte.

¡Cuánto te he deseado…!

Tus ojos son muy grandes, mi niña,

tan grandes como los miedos que he soportado hasta parirte.

 

Tu mirada es muy profunda,

casi tan profunda como todos los sentimientos que sentí en esta lucha.

Deseo… y más deseo.

Impotencia… y más impotencia.

Presión… y más presión.

Desesperación… y más desesperación.

Culpa… y más culpa.

Es tan intenso tu olor a vida,

casi tan intenso como mi deseo por concebirte.

¡Te he soñado tantas veces!

Pero ya estás aquí conmigo, con nosotros.

Ahora sólo quiero achucharte.

¡Me he culpado tantas veces!

¡Lo he culpado tantas veces!

¡Y me he vuelto culpar tantas veces!

¿Por qué para mi, para nosotros, es tan difícil?

¿Por qué nosotros no podemos ser padres?

Tantas noches en vela…

Tantas preguntas sin respuesta…

Pruebas… y más pruebas.

Tratamientos… y más tratamientos

Desvelos, frustraciones, culpa…

Pruebas… y más pruebas.

Y el tiempo pasa,

y aparece la prisa,

y la desesperación,

y la desesperanza.

Y analíticas…, y clínicas…, y médicos…

Y más analíticas…, y más clínicas…, y más médicos.

Y menos respuestas a mis preguntas, a nuestras preguntas,

Y el reloj que no se para,

Y la gente que no para de hacer impertinentes preguntas.

Pero ya estás aquí conmigo, con nosotros.

Ahora sólo quiero achucharte.

Ahora sólo deseo tenerte entre mis brazos, gordita mía

Ahora sólo deseo acariciar tu piel,

Ahora sólo quiero vivir hacia delante.

¡Come de mi pecho, pequeña mía

que eso es, ahora, todo lo que deseo!

Urticaria.

Doctor, mire cómo se ha puesto Paula. Esta mañana tenia algunas ronchitas pero esta tarde se ha volado. Está llena de verdugones y no para de rascarse. ¿De qué puede haber sido?”

Aclararé hoy las dudas sobre la urticaria:

¿Qué es la urticaria?

La urticaria se caracteriza por la aparición en la piel de lesiones en la piel que pican mucho.

¿Es frecuente?

Se dice que el 25% de las personas pueden tener lesiones de urticaria al menos una vez en la vida.

Es más frecuente en personas alérgicas.

¿Cuáles son los síntomas?

Estas lesiones pueden ser como ronchas o habones (lesiones sobreelevadas de la piel con diferentes formas, a veces como dianas, con círculos concéntricos). Ver foto que encabeza este artículo.

Lo característico de estas lesiones es que aparecen y desaparecen en cuestión de pocos minutos u horas y reaparecen en otra localización diferentes. A veces aumentan de tamaño hasta unirse unas con otras.

¿Por qué se produce?

Esta es la pregunta que más preocupa a los padres ya la gran mayoría de las veces defraudaremos con la respuesta a los padres porque en más del 80% de los casos es desconocida.

Puede estar producida por infecciones (virus, bacterias o parásitos), alérgenos (alimentos, picaduras de insectos, medicamentos, látex, etc.) o por cambios de temperatura pero, en la infancia, la causa más frecuente de urticaria son las infecciones víricas.

¿Cuándo debo consultar?

En general la urticaria es un cuadro banal que no suele tener mucha importancia, salvo la incomodidad del picor que produce.

Se resolverá espontáneamente en pocas horas o días (en ocasiones puede durar hasta varias semanas) pero debemos acudir al médico si se acompaña de alguno de los siguientes síntomas:

– dificultad para respirar.

ronquera (puede ser el signo inicial del edema de glotis).

– afectación del estado general o decaimiento.

– vómitos.

– dificultad para andar.

– dificultad para hablar.

– pérdida de conciencia.

¿Cómo se diagnostica?

La mayoría de las veces no será necesario realizar ninguna prueba, se diagnosticará simplemente observando las lesiones.

Las preguntas que haremos los médicos irán encaminadas a orientar la causa:

– Si aparece bruscamente tras ingerir un alimento nuevo o tras una picadura, además se acompaña de pitos en el pecho y de dificultad respiratoria, la causa más probable es alérgica.

– Si se acompaña de fiebre orienta más hacia una causa infecciosa.

Solo se realizarán pruebas de alergia si tenemos una alta sospecha sobre un alergeno, para confirmar.

Si la urticaria dura más de 6 semanas (cosa que es excepcional), se llama urticaria crónica, y en este caso sí que se suelen realizar estudios para tratar de buscar la causa.

¿Cual es el tratamiento?

La mayoría de los casos son autolimitados en pocas horas o días, es decir, desaparecen solos sin necesidad de utilizar ningún medicamento.

Aunque se trata de un cuadro cutáneo, las cremas no tienen ninguna utilidad.

Si el picor es intenso se pueden utilizar los antihistamínicos para aliviar el picor.

Si el cuadro es muy llamativo o las lesiones provocan mucho edema (infalación) de la piel se pueden utilizar los corticoides orales.

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Culpa, culpa y… culpa.

 

 

Ayer una más.

Una madre más que no podía más y se derrumbó.

Una de las pocas que se deja ver o ya no puede ocultarlo porque en la mayoría “la profesión va por dentro”.

 

Una madre más derrumbada en la consulta: Impotente, triste, desolada, y lo peor, CULPABLE.

 

Sí, culpable de todo.

Culpable por haberse quejado de dolor.

Culpable por no encontrarse al cien por cien para cuidar a su bebé.

Culpable por sentir miedo de no tener leche.

Culpable por tener miedo.

Culpable por sentirse triste.

Culpable por no entenderse a ella misma.

Culpable por sentir vértigo de la responsabilidad de cuidar bien a su criatura.

Culpable por sentirse así y que nadie (ni su pareja) no lo entienda.

Sí, culpable hasta de sentirse culpable.

 

Ayer me dio mucha pena pero hoy, cuando lo pienso, creo que fue una suerte que se derrumbara en la consulta, que se abriera, que se expresara, que compartiera, que llorara, que se desahogara…

Todos esos sentimientos retenidos desde el parto y que no había sido capaz de compartir ni siquiera con su pareja, por miedo a decir que se encontraba mal tras haber parido, afloraron con mucha magia en la consulta.

 

Después de lo que estuvimos hablando (y sintiendo) en la consulta creo que su pareja pudo comprender todos y cada uno de los sentimiento que una madre puede sentir tras el parto.

 

Pudimos hablar incluso de cómo evoluciona ese sentimiento de culpa. Es probable que dentro de unos meses o años, esa madre se sienta culpable por dejar el pecho, por perder la paciencia, por dejar su bebé al cuidado de otra persona, por no haberle dedicado más tiempo,… En fin, culpa, culpa y más culpa.

 

Esa culpa tardía sí que suele ser más compartida por ambos padres pero la culpa inicial la carga casi completamente la madre. Los padres tras el parto entran (o entramos) en una fase de euforia mientras muchas madres quedan pero las madres en esa fase están en una

 

Desde esta página quiero sacar estos sentimientos a la luz. No debemos esconderlos. La maternidad, en ocasiones, es dura. Las mujeres que están esperando para ser madres deben conocer también esta parte de la maternidad. Las madres que tienen estos sentimientos no deben sentirse solas. Los padres debemos saber cómo se sienten las mujeres ante el proceso que más cambia la vida de una mujer: la maternidad.

 

Pero también desde esta página quiero insistir en que la culpa es un sentimiento tóxico. Nos inutiliza, nos invalida.

Debemos alejarnos de la culpa.

No debemos sentirnos culpables de nada, puesto que no lo somos.

Debemos dejar de autoexigirnos ser los padres “perfectos”.

Nuestros hijos no quieren unos padres perfectos. Ellos lo que quieren son unos padres presentes, unos padres reales, unos padres felices…

 

Ellos sólo quieren un espejo donde mirarse:

UN ESPEJO REAL, NO UN ESPEJO PERFECTO.

Mi hijo/a no es perfecto/a.

Mi hijo/a no es como el de mi suegra que comía cada tres horas… mi hijo/a come sólo cuando le apetece, a demanda.

Mi hijo/a  no es como el de mi prima que dormía toda la noche del tirón… mi hijo se despierta muchas veces en la noche y quiere que lo acune.
Mi hijo/a no es como el de mi amiga que no lo acostumbraron a los brazos… mi hijo/a sólo quiere brazos y más brazos.
Mi hijo/a no es como el de mi vecina que no hacía berrinches… mi hijo/a llora, patalea y grita cuando no es capaz de gestionar sus emociones.
Mi hijo/a no es como el de mi cuñada que se sentaba en la mesa hasta que todos terminaba de comer… mi hijo se levanta veinte veces durante la comida.
Mi hijo/a no es un niño/a perfecto/a,
es…
un niño/a real, UN NIÑO/A FELIZ.
Al fin y al cabo tampoco tiene un padre/madre perfecto/a,
tiene…
UNOS PADRES FELICES.
¿Y tú, tienes hijos perfectos?