¡Cuánto tengo que aprender!

Hacer guardias en la unidad de cuidados intensivos pediátricos es siempre duro, y no me refiero sólo al trabajo físico, que también.

Ver a un niño debatirse entre la vida y la muerte desgasta mucho emocionalmente. Creo que más cuando eres padre (madre) porque es inevitable, en muchas ocasiones, verte reflejado en esos padres o ver a tu hijo reflejado en esos niños.

Hacer estas guardias, y más en fiestas, te da unas dosis de hiperrealismo y de “pies en la tierra” y de aprender a valorar los pequeños detalles que ni el mejor libro de autoayuda se acerca ni de lejos.

Cierto es que como médico hacer una de estas guardias, y a pesar del cansancio físico y emocional, compensa.

Emocionalmente desgasta mucho, pero como comenté en el post de “¡Bendito desorden!”, compensa.

Sí, compensa mucho.

Porque después de ver lo que vemos aprendes a valorar lo que de verdad importa.

Aprendes a valorar que las cosas importantes no se pueden comprar.

El dinero no sirve para esto. El dinero sólo ayuda si la salud no falta.

Cuando ves cómo una madre (padre) acaricia esas manos gorditas (aunque su hijo esté lleno de cables y catéteres), cómo le lee un cuento (aunque su hijo esté sedado), … entiendes lo grande que es el amor de unos padres.

Ves a esos padres manteniendo el tipo delante de su hijo y después los vez cabizbajos, llorando en algunos de los rincones del hospital (¡ay, lo que habrán escuchado esos rincones…!)

Sí, cuando ves esto, aunque sufres, aprendes mucho de LA VIDA.

A esos padres les das igual que sea la feria de abril, nochebuena o los reyes magos,…

Esos padres están deseando que su hijo tenga cólicos, que sea un “malcomedor, que monte berrinches,…

Esos padres están deseando que su hijo se manche de chocolate, tire las cosas al suelo, derrame el vaso de leche en el desayuno, que no quiera bañarse,…

 

Sólo quiero recordar una cosa a estas familias: la vida os pagará de sobra este sufrimiento porque seréis capaces de valorar cosas que de otra forma no valoraríamos.

 

¡Ánimo, mucho ánimo! 

¡Cuánto tengo que aprender!

Así sabré que te estás haciendo mayor.

Es inevitable, lo sé.

Sí, habrá una etapa donde me negarás.

Así sabré que te estás haciendo mayor.

Me ocultarás muchas cosas por eso, sí, sólo por eso, por ser tu padre.

Entenderé que hay etapas donde los hijos no queréis contarle las cosas a los padres.

Así sabré que te estás haciendo mayor.

Discutiremos, discutiremos mucho. Me llevarás la contraria en todo. Hasta en las cosas que ahora y luego coincidimos y coincidiremos siempre.

Así sabré que te estás haciendo mayor.

Puede que hasta haya momentos donde te avergüences de mi.

Te pareceré carca. Pensarás que es mejor que tú descubras el mundo sola, sin mis “consejos”.

Quizás en esos momentos eche de menos lo que ahora tanto esfuerzo supone: las malas noches, los llantos, las toses, las fiebres, loes berrinches, …

 

Pero todavía eso no ha llegado.

 

De momento continuaré disfrutando de TU SINCERIDAD.

Continuaré disfrutando de poder aportarte la seguridad que necesitas.

Continuaré disfrutando de dormirte en mis brazos.

Continuaré disfrutando de lo sencillo, de tus “pa-pa”, del cucu-tras, de tus besitos, …

Continuaré disfrutando de poder abrazarte cada veZ que tú o yo lo necesitamos.

Así sé que aún estás en mi regazo.

 

Y quizás llegue el momento donde te conviertas en madre, y en ese momento, en ese mismo momento, entenderás de un plumazo todo lo que estoy hablando.

 

TE QUIERO, HIJA MÍA.

“No llores por eso, es una tontería”.

¿Cómo…, qué es una tontería?

No, no es una tontería. Para mí es muy importante. Anoche me costó mucho trabajo dormirme y esta mañana, desde queme he levantado no se me va, nuevamente, de la cabeza.

Tengo miedo, sí, tengo mucho miedo. Y lo que menos me ayuda es, precisamente, que me digas que esto es una tontería y que llorar es de cobardes.

No, no es una tontería porque a mi me hace sufrir. Hace que me duela la barriga y que tenga miedo de ir al cole.

Y no, tampoco soy un cobarde. Si lloro es porque soy una persona sensible. Me afecta el comportamiento de la gente tengo a mi alrededor. No soy indiferente a la realidad que me rodea. Hay cosas que me hacen daño y esto, me hace mucho daño.

Tampoco me sirve que me digas que pase, porque no, no puedo pasar. Este es mi mundo, no soy ajeno a él.

¿Sabes? Los niños también tenemos sentimientos. ¿Acaso a ti te gusta cuando estás preocupada que te digan que tu preocupación es una tontería?

Sólo quiero que me entiendas, que me acompañes, que me arropes, que me des seguridad…

Sé que piensas que mañana ya se me habrá pasado pero ahora me encuentro mal, muy mal, y eso no puedo evitarlo.

Me haces mucho daño cuando me dices que los niños no lloran porque si no parecen niñas.

Pues te digo que los niños también tenemos sentimientos y, precisamente, lo que menos me ayuda es que me digas que sólo por el hecho se ser un varón no puedo llorar, no puedo sentir,…

No puedes negar mis sentimientos.

Ahora quiero llorar y de ti querría, simplemente, que me apoyaras, que me acompañaras, que me entendieras, que te pusieras un segundo en mi lugar y entendieras por qué esto es muy importante para mi.

Por favor, mamá, no me digas que esto es una tontería.

Por favor, papá, no me digas que llorar es de niñas.

¿Cómo queréis que os cuente mis preocupaciones si las consideráis una tontería?

Os deseo muchos «momentos de calidad».

Un tópico. Llega final de año y toca hacer balance.

En estas fechas es típico pensar cómo ha cambiado la vida en el año que termina (que si me he comprado una casa, que si me he casado, que si…) y hacer propósitos para el nuevo año (apuntarse por enésima vez a inglés, hacer más deporte,…).

Pero pienso que los años se cuentan no por las cosas que hemos conseguido o perdido sino por los “momentos de calidad” vividos.

Yo llamo “momentos de calidad” a esos momentos que marcan tu vida para siempre.

El paradigma de esos momentos es el nacimiento, especialmente la de un hijo, y la muerte, especialmente la de los padres. Pero también puede ser “momentos de calidad” los vividos con o para otras personas cercanas (sobrinos, nietos, tíos, abuelos,…)

Tuve este año la suerte, como ya os conté en este post, cómo que volví a quemar con el nacimiento de Victoria, mi hija pequeña. Fue un “momento de gran calidad”.

Como también he compartido con vosotros he vivido este año la muerte de familiares, padres de amigos, abuelos de amigos, maestros que me marcaron,… Estos también han sido “momentos gran calidad”. Aclararé en este punto que lo que da calidad al momento no es que sea un momento feliz, que por supuesto esos últimos no lo han sido, sino que sea un momento que sea emocionalmente muy intenso, de los que te marcan para siempre. Esos momentos son en los que uno se da cuenta de que la patata del pecho (el corazón) no sólo sirve para latir y bombear la sangre sino para SENTIR. Sí, SENTIR con mayúsculas.

Esta capacidad de sentir es la que hace que la vida merezca mucho la pena. Incluso los momentos de duelo, con el alivio que supone el paso del tiempo, son momentos de mucho AMOR. Son momentos donde nos hacemos consciente del amor, cariño, admiración, respeto,… que tenemos hacia esa persona

Pero hay muchos momentos cotidianos que también son “momentos de calidad” que no debemos perdernos.

Son momentos muy necesarios en las relaciones: esos desayunos en familia para empezar el día con energía, esos cuentos leídos en la cama por las noches, esos besos de buenas noches, ese olor de nuestros hijos (recordaréis que ya hablé de esto en este post), esos pequeños-grandes logros cotidianos de nuestros hijos (“papá, ya sé leer en minúscula”), esos pequeños detalles que nos traen del colegio y que con tanta ilusión nos regalan,…

Os deseo para el próximo año muchos “momentos de calidad”.

Y tú, ¿has vivido muchos «momentos de calidad» este año?

¿Te apetece compartirlos?

Quizás ya es tarde…

TFGP.

Papá, si mi llanto no te importó cuando era un  bebé tampoco te importarán mis palabras cuando sea mayor.

Mamá, si no me cogiste en brazos cuando era un bebé por miedo a que me acostumbrara al contacto físico no pretendas ahora que nos acurruquemos cuando tú lo necesitas.

A los dos, si no me metisteis en vuestra cama cuando era un bebé no queráis que ahora os busque en vuestro cuarto.

Papá, si no paraste de gritarme durante toda mi infancia cómo quieres que no chille ante las cosas que no me gustan.

Mamá, si cada vez que algo salía mal me repetías continuamente que era por mi culpa cómo pretendes ahora que crea en mi mismo

A los dos, si ignorasteis siempre mis berrinches cómo queréis ahora que valore vuestros problemas.

Papá, si continuamente me comparabas con mis amigos entenderás ahora que yo te compare con otros padres.

Mamá, si nunca quisiste jugar conmigo cómo pretendes que ahora yo quiera acompañarte a todos lados.

A los dos, si no quisisteis llevarme a vuestros viajes cómo deseáis ahora que vaya a visitaros.

Papá, si nunca me dijiste te quiero cómo ahora voy a ser cariñoso contigo.

Mamá, si no te preocupaste nunca por mis miedos cómo quieres ahora que me preocupen tus dolencias.

Papá, mamá, a los dos os recuerdo que en todos esos momentos os estuve buscando, os necesitaba, os necesitaba mucho.

Me acostumbrasteis a no teneros y ya no os tengo.

Me acostumbrasteis a no necesitaros y ya no os necesito.

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Orgulloso de ser pediatra.

dia-ped

Hoy, 5 de octubre, es el Día de la Pediatría.

Es uno de esos días en los que uno se pone a pensar y acaba sintiéndose tremendamente afortunado por poder formar parte de esta profesión. Trabajar con niños es fantástico. ¿A quién no le ablanda el corazón un niño enfermo?

Pero a la vez que bonito y apasionante ser pediatra supone una responsabilidad tremenda ya que los padres te entregan sus tesoros más preciados: sus hijos.

Durante mis estudios en la Facultad de Medicina y durante la especialización de Pediatría he aprendido muchas cosas, mucha ciencia, y esto es muy importante. Sin ciencia no hay medicina y sin medicina no hay curación. Pero el día a de la profesión me ha enseñado que la ciencia es imprescindible pero no suficiente para desarrollar la pediatría.

Ser pediatra supone desarrollar mucha empatía, esa capacidad para ponernos en el lugar del otro.

Mi trabajo en la maternidad y en la consulta me ha enseñado a:

– Ponerme en el lugar de esa madre recién parida que perdió en el paritorio, con la finalización de su embarazo, todo su protagonismo y quedó relegada a cuidadora y máxima responsable de esa criatura que toda la familia adora y, además, DEBE soportar comentarios como “es que ella no dilata”, “en mis tiempos, sin epidural, si que era duro parir”,…

– Ponerme en el lugar de esa madre que tiene un millón de dudas sobre la lactancia y que a pesar de que su instinto maternal le dice que le dé el pecho a demanda el comentario de “dale un biberón cada 3 horas” se impone en todo  su circulo de confianza (suegra, cuñada, vecina,… y lo que es peor, pediatra). Sobre esto ya escribí el post de “¡¡Cuánto daño podemos hacer los pediatras!!”.

– O ponerme en el lugar de esa madre que libre y voluntariamente decidió alimentar a su bebé con biberones y pareciera que decidió alimentarlo con veneno.

– Ponerme en el lugar de esa familia que está harta de escuchar comentarios del tipo “no lo cojas que se acostumbrará a los brazos”, “no lo metas en la cama que si no ya nunca saldrá de allí”, “déjalo llorar hasta que se canse”,…

– Ponerme en el lugar de esa madre que tiene que incorporase a trabajar a los 4 meses, sintiendo que deja parte de su vida en casa  (o en la guarde).

– Ponerme en el lugar de esa familia que tiene un millón de dudas sobre la vacunación y encima reciben muchas informaciones contradictorias.

– Ponerme en el lugar de esa madre que no pegó un ojo la noche anterior porque su hijo tenía fiebre, pensando que pudiese tener una enfermedad importante.

– Ponerme en el lugar de esa madre de un niño de 2 años que no come nada y que tiene que soportar diariamente el comentario de la abuela “pues yo no sé por qué no llevas a ese niño al pediatra a que le mande unas vitaminas”.

Miles de situaciones que me han hecho ser muchísimo más tolerante en los estilos de crianza. No creo que existan las familias modelo. Cada familia cría y educa a su hijo como mejor puede y no necesariamente tiene que ser como el vecino de turno, la abuela de turno, o incluso el pediatra de turno diga (o digamos)

Por otra parte mi trabajo como intensivista pediátrico me ha enseñado a:

Valorar el desorden de mi casa. Es muy reconfortante llegar a casa después de una noche donde no pudiste descansar ni un segundo porque un niño estaba grave y encontrar el salón de tu casa completamente desordenado, signo de que los tres diablillos sanos que tengo en casa estuvieron jugando con energía.

Respetar la manera de sufrir de cada familia. Me he encontrado en estos años muchas maneras de expresar el agradecimiento: con silencio, con lágrimas, con besos, con abrazos, con gritos, con culpabilidad propia o con culpabilidad de médico,… todas son respetables. Habría que vernos a cada uno en situaciones tan difíciles como tener a un hijo entre la vida o la muerte o, finalmente, perderlo.

Por todos estos motivos considero que la pediatría me ha dado mucho más de lo que yo nunca podré devolverle.

Orgulloso de ser pediatra.

 

¡¡Bendito desorden!!

 

medico llorando

Llegar a casa después de una guardia donde en varias ocasiones tienes que hablar con alguna familia para informarle de que su hijo se debate entre la vida y la muerte: Estamos en una situación muy delicada. Su vida pende de un hilo. La suerte está prácticamente echada, tenemos que esperar a ver cómo responde,… Ganar o perder “el partido” depende ya sólo de qué lado caiga la pelota que ha golpeado la red… Debemos cruzar el Gran Cañón del Colorado sobre un fino cable, como un funambulista,… al otro lado del cañón está LA VIDA, debemos ir muy despacio y con gran delicadeza y además esperar que

Muchos ejemplos para intentar hacerles comprender lo delicado de la situación.

Aguantar silencios muy incómodos, habiendo tragado mucha saliva y habiendo respirado muy profundo antes de transmitirles toda la información. Aguantar el chaparrón no es fácil… Sobre todo cuando te imaginas que podrías ser tú quien está al otro lado.

Se supone que estamos preparados para esto, pero creedme, no es nada fácil. Somos de carne y hueso. Sí, también tenemos sentimientos. Hay situaciones que te sobrepasan. Hay momentos en que empatizas tanto con algunas familias que no puedes evitar pensar como ellos. Te sales de tu papel de médico y sólo piensas “la vida es muy injusta, los niños no deberían sufrir,…” Sí, también lloramos.

Cuando sales de la guardia, después de 24 horas con el nivel de adrenalina por las nubes e intentando que no interfieran los sentimientos en tus “razonamientos médicos” es cuando, a veces, te derrumbas.

Te montas en el coche como un autómata, alguien habla en la radio que tu no escuchas,… Ese día tú no conduces, es el coche quien te lleva. Tu cabeza, tu pensamiento siguen con ese niño, con esa familia,… Rompes a llorar… Ahora sí, ahora ya no eres el médico, eres una persona que ha vivido en primera persona el sufrimiento de un niño, de una familia y te puedes desahogar agusto. Puedes llorar en el coche, ahí ya nadie de te ve. Y si te ven, da igual. En ese momento ya no eres el médico, eres una persona con todo el derecho del mundo a desahogarte. El llanto te “purifica”.

Llegas a tu casa aún con los ojos aun inyectados, pero ya más tranquilo.

Llegas al salón y pareciera que hubiese pasado por allí un escuadrón de infantería: mochilas por el suelo, paredes manchadas de rotulador, batidos derramados en la mesa…

Otros días eso te enerva, pero hoy piensas ¡¡Bendito desorden!!

Soy muy afortunado. Mi profesión me hace vivir sensaciones al límite. Me ayuda a diferenciar lo importante de lo esencial.

¡¡Bendito desorden!!