¡¡Felicidades, mamá!! Ser madre es otra cosa…

Pocas cosas en la vida te cambian tan rápido y para siempre como tener un hijo. Si hubiese que dividir la vida en dos etapas serían: antes y después de ser madre.

Los éxitos o los fracasos en lo laboral, en lo social, en lo deportivo, … son transitorios. Pero la maternidad, es para toda la vida.

Una vez que se es madre descubres en ti sentimientos que no pensabas que tenías dentro…

¡Se quiere tanto a un hijo! ¡Y es un amor tan diferente al resto de los amores!

 

¿Sabes por qué la maternidad es tan importante? Porque en paritorio o en quirófano conociste a esa persona que te va a hacer conocer partes de tu corazón que ni imaginabas.

 

Claro que la maternidad es dura, MUY DURA diría yo. Pero casi siempre el que la maternidad suponga un sacrificio enorme viene determinado socialmente. Afortunadamente la sociedad ha avanzado en el sentido de que la mujer se haya incorporado al mundo laboral pero esto no ha ido acompañado de que los hombre se incorporen al mundo de la “maternidad”. Ya sé que no se puede generalizar, tengo a padres maravillosos en la consulta que no sólo están presentes sino que se notan que “cuidan” a sus hijos. Es decir, padres que se implican, no sólo que colaboran en la crianza. Pero tengo que decir alto y claro que, a día de hoy, la crianza está en manos de las mujeres.

 

Pero estos son otros temas; La conciliación, el reparto de las tareas, la renuncia en lo laboral y en el resto de las facetas de la vida cuando se es madre,… y claro que influyen mucho en el desarrollo pleno de la mujer, pero LA MATERNIDAD es mucho más que todo eso.

 

Ser madre es acariciar esas manos gorditas y saber que esa maravilla se ha engendrado dentro de ti.

 

Ser madre es oler su piel y sentir que no hay otra fragancia ni perfume en el mundo que sea capaz de despertar en ti tantos sentimientos tan profundos y tan positivos.

 

Ser madre es tener a tu lado a una persona que TE QUIERE sin poner condiciones. TE QUIERE DE VERDAD. Sólo por eso, por ser su madre.

 

Ser madre es sentir que con un beso, con una caricia, con un masajito eres capaz de curar cualquier dolor, cualquier herida.

 

Ser madre es sentir que un cenicero de arcilla, si te lo ha hecho tu hijo, ES EL MEJOR REGALO DEL MUNDO.

 

Ser madre, en definitiva, es convertirte en mejor persona. Es conocer de verdad lo IMPORTANTE DE LA VIDA. Es saber de verdad lo que es el AMOR DESINTERADO.

 

¡¡Felicidades, mamá!!

¡¡Gracias, mamá!!

NO SÉ CUÁNTO TIEMPO…

No sé cuánto tiempo más desearás dormir en mi regazo.

No sé cuánto tiempo durará tu sonrisa inocente.

No sé cuánto tiempo más me dejarás acariciar tu pelo mientras duermes.

No sé cuánto tiempo seguiremos haciendo guerras de almohadas.

No sé cuánto tiempo más seguirás viniendo a mi cama porque tienes miedo.

No sé cuánto tiempo seguirás pidiéndome que te lleve al parque.

 

Sé que no durará para siempre.

Sé que puede llegará el momento en el que, quizás, hasta me rechaces.

 

Cuando llegue ese momento…

Me acordaré de estos momentos.

Miraré tus fotos, tu ropa, tus juguetes

Miraré tu cuarto, tus cuentos, tus

 

Tú ya no olerás a bebe y yo, con suerte, oleré a viejo.

 

Para entonces muchas cosas habrán cambiado.

Sólo una permanecerá para siempre:

Tú eres mi hijo y yo soy tu padre.

 

Pero por el momento disfruto con cada uno de estos detalles.

Gracias, hijo por todo lo que me das.

 

Si no hubiese…

Si no hubiese visto tu cara,

si no hubiese tu olido tu piel,

si no hubiese escuchado tu llanto,

si no hubiese cruzado una mirada contigo,

si no hubiese escuchado tu voz,

si no hubiese sentido tu aliento,

si no hubiese acariciado tu piel,

si no hubiese secado tus lágrimas,

si no hubiese escuchado tus risas,

si no hubiese…

Todo eso ya lo he vivido
y ya no puedo dar marcha atrás.
Ya no es… hubiese,
sino que es… ha sido.
Y tanto que ha sido…
¡Cuánta intensidad en cada gesto!
¡Cuánta generosidad en cada mirada!
¡Cuánta sinceridad en cada beso!
Ahora ya sé lo que es el AMOR con mayúsculas.
Te quiero, hija mía.
Gracias por todo lo que me has dado.

Os deseo muchos «momentos de calidad».

Un tópico. Llega final de año y toca hacer balance.

En estas fechas es típico pensar cómo ha cambiado la vida en el año que termina (que si me he comprado una casa, que si me he casado, que si…) y hacer propósitos para el nuevo año (apuntarse por enésima vez a inglés, hacer más deporte,…).

Pero pienso que los años se cuentan no por las cosas que hemos conseguido o perdido sino por los “momentos de calidad” vividos.

Yo llamo “momentos de calidad” a esos momentos que marcan tu vida para siempre.

El paradigma de esos momentos es el nacimiento, especialmente la de un hijo, y la muerte, especialmente la de los padres. Pero también puede ser “momentos de calidad” los vividos con o para otras personas cercanas (sobrinos, nietos, tíos, abuelos,…)

Tuve este año la suerte, como ya os conté en este post, cómo que volví a quemar con el nacimiento de Victoria, mi hija pequeña. Fue un “momento de gran calidad”.

Como también he compartido con vosotros he vivido este año la muerte de familiares, padres de amigos, abuelos de amigos, maestros que me marcaron,… Estos también han sido “momentos gran calidad”. Aclararé en este punto que lo que da calidad al momento no es que sea un momento feliz, que por supuesto esos últimos no lo han sido, sino que sea un momento que sea emocionalmente muy intenso, de los que te marcan para siempre. Esos momentos son en los que uno se da cuenta de que la patata del pecho (el corazón) no sólo sirve para latir y bombear la sangre sino para SENTIR. Sí, SENTIR con mayúsculas.

Esta capacidad de sentir es la que hace que la vida merezca mucho la pena. Incluso los momentos de duelo, con el alivio que supone el paso del tiempo, son momentos de mucho AMOR. Son momentos donde nos hacemos consciente del amor, cariño, admiración, respeto,… que tenemos hacia esa persona

Pero hay muchos momentos cotidianos que también son “momentos de calidad” que no debemos perdernos.

Son momentos muy necesarios en las relaciones: esos desayunos en familia para empezar el día con energía, esos cuentos leídos en la cama por las noches, esos besos de buenas noches, ese olor de nuestros hijos (recordaréis que ya hablé de esto en este post), esos pequeños-grandes logros cotidianos de nuestros hijos (“papá, ya sé leer en minúscula”), esos pequeños detalles que nos traen del colegio y que con tanta ilusión nos regalan,…

Os deseo para el próximo año muchos “momentos de calidad”.

Y tú, ¿has vivido muchos «momentos de calidad» este año?

¿Te apetece compartirlos?

Cada beso que no se da, se ha perdido para siempre.

 

mama besa a bebe

Cada día que pasa, no vuelve.

Cada beso que no se da, se ha perdido para siempre.

Cada hora que pasa, no vuelve.

Cada abrazo reprimido, se esfuma para siempre.

Cada minuto que pasa, no vuelve.

Cada te quiero no pronunciado, no será escuchado por siempre.

 

Disfrutad al máximo cada día, cada momento. Disfrutad en el trabajo, con los compañeros, con los amigos y, sobre todo, con la familia.

No esperad a las vacaciones para disfrutar.

Haced de lo ordinario algo extraordinario.

 

Hay momentos en los cuales a uno se le hace muy evidente el inexorable paso del tiempo.

Este año, mientras pasaba unos días en la playa, tuve que ir a una farmacia a por un bote de apiretal porque mi bebé estaba muy incómoda con los dientes. Sí, ya con los dientes. En esa misma farmacia compraba el año pasado un test de gestación con el que  supe que iba a ser, de nuevo, padre. Y un año después, ya estábamos con los dientes.

En ese momento me di cuenta de que había cosas que ya no iban a volver: al año que viene “la del apiretal” estará destrozando los castillos que los hermanos hagan, ya no comerá teta, querrá comer sandía como sus hermanos,…

En ocasiones nos entran prisas porque nuestros hijos crezcan y se hagan mayores, pero cuando van creciendo sentimos nostalgia de cuando eran pequeños.

Con este mi tercer hijo, mi mujer me repite continuamente que esta vez le está costando mucho más trabajo la lactancia. Y lo entiendo. Ya hablé en otro post del precio de la maternidad.  Imaginad  su situación: Dos terremotos incansables de 7 y 5 años (con sus juegos, sus peleas,…) y una bebé de 5 meses a una teta pegada. Pero también en es cierto que me repite continuamente  que le dará mucha pena esta vez cuando tenga que dejar la lactancia porque ahora sí, con mucha seguridad, la lactancia se habrá acabado para siempre.

Rescatar la ropa de los hermanos para la pequeña hace que revivas momentos ya pasados. Los puedes recordar con tanta intensidad que eres capaz de oler aquel momento. Y eso es muy placentero.

Pero cuando vuelves a guardar esa ropa te invade la tristeza. Sabes que ya no volverás a tener que utilizarla, estás sepultando esa etapa, PARA SIEMPRE.

Ya no habrá más ropita de primera postura, ya no habrá más bodies de la talla cero, ya no habrá más patucos, ya está guardado para siempre el capazo, ya no habrá que dar más veces la teta a media noche,… y así continuamente. Ya no se soplarán más velitas del uno, ya los DVD de Mickey Mouse serán guardados para siempre, no sonará más veces el Cantajuegos, no habrá más “su primer día de cole”,…

En ocasiones me gustaría volver a achuchar al de 7 años como lo hago ahora con la de 5 meses. Me gustaría que la de 5 años me mirase como me mira la de 5 meses, que se le ilumina la cara cada vez que me ve. Inocente, muy inocente.

Vivimos tan deprisa que no saboreamos los momentos. Vivimos la maternidad como una carga, difícil de compatibilizar con los trabajos. Eso hace que no lo disfrutemos como se merece. A veces deseamos que los niños crezcan rápido y se hagan independientes, pero qué madre no siente un vuelco en el corazón cuando encuentra en un armario, sin esperarlo, esos “sus primeros patucos”.

 

Aprovechad y disfrutad cada momento.

No tened prisa de que vuestros hijos crezcan y, sobre todo, que no se queden en el tintero ningún beso, ningún abrazo, ningún “te quiero” porque se habrán perdido para siempre.

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Valorar los pequeños detalles…

mamá cáncer y bebe

Recientemente la madre de unos hermanitos que veo habitualmente en mi consulta ha sido diagnosticada de cáncer.

No es el primer caso de los últimos meses, pero siempre te coge por sorpresa. En el momento que te enteras no sabes muy bien qué decir. Necesito, como cualquiera, tiempo para digerir cualquier mala noticia.

El problema en ese momento es que la consulta has de terminarla con “dignidad”. El paciente siguiente no tiene por qué enterarse de qué ha ocurrido en la consulta del paciente anterior. En cierto modo una consulta médica es como un confesionario. Por muy dramático que sea un tema comparado con otro a cada cual le importan sus problemas. La consulta tiene que seguir.  Debes intentar contagiarte rápidamente de la afortunada banalidad de la mayoría de las consultas e, incluso, terminar la consulta con una sonrisa.

Sí, puedes continuar esforzándote al llegar a casa. Intentar que los “problemas” de la gente no afecten a tu familia. Y casi lo puedes conseguir. Puedes preparar la cena, bailar con tus hijos en la cocina, contarles un cuento, arroparles, darles un beso e irte a la cama.

El problema, en ocasiones, es que cuando parece que ya superaste el mal bache del día y intentas dormir aparece en tu cama una señora muy preguntona que se llama conciencia y te suelta:

“¿Te acuerdas de la madre de…? Sí, la del cáncer, la de esta tarde. ¿Entendiste bien todos sus miedos? Es normal que esa mamá estuviese muy preocupada, ¿verdad? Preocupada por la incertidumbre de su diagnóstico y de su evolución. Preocupada por cuál será su tratamiento (cirugía, quimioterapia o radioterapia) y preocupada por saber si será capaz de tolerarlos. Preocupada por si le quedarán secuelas. Preocupada, al fin y al cabo, por su vida. Preocupada por la eventualidad de un desenlace fatal.”

Y la señora conciencia te insiste:

“Pero no tenía sólo esas sus preocupaciones. ¿Te diste cuenta? Estaba atormentada porque su enfermedad no frustrase su maternidad. Le aterraba pensar cómo influiría su enfermedad en la vida de sus hijos. Pedía a gritos que alguien le ayudase a hacer entender a sus hijos que aunque mamá algunos días no estuviese en casa (eran previsibles bastantes ausencias para las cirugías, sesiones de quimioterapia,…) la dinámica familiar no se viese muy afectada. Recuerdas cuando te preguntó: Y ahora José María, ¿quién dormirá a mi chica? Si ella sólo sabe dormirse en mis brazos. Te estaba mostrando que son muchos los pequeños detalles que muchas veces los médicos no valoráis cuando hacéis un diagnóstico”.

Y la conciencia te vuelve a insistir una vez más:

“¿Te diste cuenta cuando te preguntó cómo debía contárselo al mayor, al de cinco años? ¿Te diste cuenta cómo trago saliva su pareja en ese momento? ¿Te diste cuenta que en ese momento ya no pudo contener las lágrimas? De la misma manera que intentas tú en la consulta que no se noten las preocupaciones de un paciente para el siguiente, esa madre pretendía que no se afectase la dinámica familiar durante la recuperación del postoperatorio y los días tras las sesiones de quimioterapia, como si a mamá no le pasase nada. Quería y deseaba muy fuertemente que ya que la enfermedad estaba truncando su maternidad, no se afectase la crianza de sus hijos.”

Cuando todo el mundo duerme continúas pensando y te vas dando cuenta que la persona  que se encuentran en una situación límite valora cosas muy cotidianas, valora los pequeños detalles de cada día, valora el tiempo de “estar” en familia, un beso, un abrazo, una sonrisa,…

 

Con estas situaciones te das cuenta que la felicidad no debe ser el objetivo sino el camino hacia ella.

 

Carpe diem. Disfrutemos de nuestros hijos.

¡¡Bendito desorden!!

 

medico llorando

Llegar a casa después de una guardia donde en varias ocasiones tienes que hablar con alguna familia para informarle de que su hijo se debate entre la vida y la muerte: Estamos en una situación muy delicada. Su vida pende de un hilo. La suerte está prácticamente echada, tenemos que esperar a ver cómo responde,… Ganar o perder “el partido” depende ya sólo de qué lado caiga la pelota que ha golpeado la red… Debemos cruzar el Gran Cañón del Colorado sobre un fino cable, como un funambulista,… al otro lado del cañón está LA VIDA, debemos ir muy despacio y con gran delicadeza y además esperar que

Muchos ejemplos para intentar hacerles comprender lo delicado de la situación.

Aguantar silencios muy incómodos, habiendo tragado mucha saliva y habiendo respirado muy profundo antes de transmitirles toda la información. Aguantar el chaparrón no es fácil… Sobre todo cuando te imaginas que podrías ser tú quien está al otro lado.

Se supone que estamos preparados para esto, pero creedme, no es nada fácil. Somos de carne y hueso. Sí, también tenemos sentimientos. Hay situaciones que te sobrepasan. Hay momentos en que empatizas tanto con algunas familias que no puedes evitar pensar como ellos. Te sales de tu papel de médico y sólo piensas “la vida es muy injusta, los niños no deberían sufrir,…” Sí, también lloramos.

Cuando sales de la guardia, después de 24 horas con el nivel de adrenalina por las nubes e intentando que no interfieran los sentimientos en tus “razonamientos médicos” es cuando, a veces, te derrumbas.

Te montas en el coche como un autómata, alguien habla en la radio que tu no escuchas,… Ese día tú no conduces, es el coche quien te lleva. Tu cabeza, tu pensamiento siguen con ese niño, con esa familia,… Rompes a llorar… Ahora sí, ahora ya no eres el médico, eres una persona que ha vivido en primera persona el sufrimiento de un niño, de una familia y te puedes desahogar agusto. Puedes llorar en el coche, ahí ya nadie de te ve. Y si te ven, da igual. En ese momento ya no eres el médico, eres una persona con todo el derecho del mundo a desahogarte. El llanto te “purifica”.

Llegas a tu casa aún con los ojos aun inyectados, pero ya más tranquilo.

Llegas al salón y pareciera que hubiese pasado por allí un escuadrón de infantería: mochilas por el suelo, paredes manchadas de rotulador, batidos derramados en la mesa…

Otros días eso te enerva, pero hoy piensas ¡¡Bendito desorden!!

Soy muy afortunado. Mi profesión me hace vivir sensaciones al límite. Me ayuda a diferenciar lo importante de lo esencial.

¡¡Bendito desorden!!

«Ayer me quemé otra vez».

  

Puedo contar por miles los nacimientos que he asistido como pediatra.

Partos de “todos los colores”.

– En diferentes lugares: en quirófano, en el paritorio, en la cama, en el taxi,…

– Madres de todo tipo: adolescentes, añosas, Fugitsu (madres hipersilenciosas), escandalosas (la ocasión lo requiere),…

– También padres de todo tipo: florero (allí plantados esperando a que pase el chaparrón), colaboradores (abanican a sus mujeres con cualquier cosa,…), besucones (he de decir que en ese momento muchas veces la madres rechazan esos besos,…), supersolidarios (¡ay, si pudiéramos compartir el dolor, cari!),…

 

Podría contar miles de anécdotas de los partos. Unas muy graciosas y otras, desgraciadamente, no tanto.

 

Todos los partos tienen algo en común: es una situación en la que se derrochan sentimientos a raudales.

 

“Ayer me quemé otra vez”

 

Nueve meses de incertidumbre. ¿Cómo será su carita?, ¿cómo serán sus manitas?, ¿cómo serán sus ojitos?,…. ¿Vendrá todo bien?

Uno puede tener todas las pruebas médicas con resultados normales y todas las ecografías del mundo donde se ve que todo va bien, que siempre seguirá pensando que algo puede fallar.

 

Y toda esa incertidumbre en un momento (sé que ese momento del parto es un poquito más largo para las madres)… SE HACE REALIDAD.

 

“Ayer me quemé otra vez”

Ya en mi etapa de residente había asistido cientos de partos. En ocasiones no entendía las reacciones de los padres. Siempre me había parecido cuando asistía a un bebé para secarlo y ayudarlo a llorar que la temperatura de su piel era normal. Estaba calentito, como el resto de los fluidos internos del cuerpo.

 

Pero cuando nació mi primer hijo, José, su piel “me quemaba”, era como un ascua gigante. Todavía hoy recuerdo esa sensación de estar literalmente quemándome las manos. Entonces comprendí lo que son la “emociones fuertes”. En ese momento “comprendí” muchas de las anécdotas que hasta entonces no habían tenido sentido.

 

Supongo que tod@s sabéis de lo que estoy hablando. Para los que no, imaginar por un momento el derroche de adrenalina que debe sentir alguien al saltar un precipicio en caída libre, multiplicarlo por cien mil y aún no os estaréis acercando ni de lejos a lo que se puede sentir con el nacimiento de un hijo.

 

Exactamente la misma sensación tuve con el nacimiento de mi segunda hija, María. Su piel también “me quemaba”.

 

Y “Ayer me volví a quemar”

 

Después de unos últimos día de embarazo llenos de preocupaciones, volvía a vivir eses momento mágico.

Volví a sentir que tenía un trozo de fuego entre mis manos.

 

Bienvenida, Victoria.

 

Gracias mamá.